Relatos

día siete

Al sabio saliente la figura del niño sin vida recostado en la escalera le había dejado desanimado, sentía pena y a la vez odio, pues no sabía realmente si había sido él el causante de estar ambos allí. Esos sentimientos según iban recuperando los pasos hasta el conducto, le golpeaban en la cabeza, debía buscar la forma de que no les afectara demasiado.

Para que la niña no se diera cuenta de su malestar, con la tranquilidad que siempre le caracterizaba, trasmitió con palabras a la niña que no debían decaer en su afán por encontrar la salida. La niña le dijo que le daba mucha pena haber visto al niño y no poder hacer nada, y el sabio saliente no pudo reprimir decirle que fue una suerte que no hubiera intentado salir al exterior pues habría acabado como él.

Sus palabras y los pasos de ambos eran los únicos sonidos que habitaban aquel lugar anclado en el pasado más distante, sonidos que rebotaban en esas paredes que solo la luz del ingenio podía hacer visibles. Seguían conversando pero el cambio de reverberación anunció la llegada al conducto. Se acercaron al desnivel y el sabio saliente saltó, y acto seguido ayudó a la niña a conseguirlo, y cuando ambos estaban con sus pies cerca de las líneas metálicas del suelo, el sabio saliente le dijo a la niña que tenía que pedirla aún un poco más de esfuerzo, que quedaba el último tercio de camino y que no tardarían en llegar a los bajos del castillo. La niña le dijo que estaba un poco asustada, pero que seguro se le pasaría. Fue entonces cuando el sabio saliente le dio el ingenio y le dijo que fuese ella alumbrando el camino y cuando lo cogió con su mano izquierda, este le cogió de la derecha y comenzaron juntos a caminar.

El sabio saliente le dio a conciencia a la niña el artefacto, era la única manera sin tener que preguntarla, de poder conocer su verdadero estado de ánimo. Allí donde las caras a penas se podían atisbar, sería la única forma. Caminando de la mano, trataba de no agarrarle fuerte y así poder también sentir si ella trataba de agarrarle fuerte o no. El desaliento le seguía martilleando la cabeza, no entraba en sus planes encontrar de esa manera a nadie allí, cualquier persona que hubiera quedado encerrado en aquel lugar, fue retirado por los sabios más antiguos, la probabilidad de enconar un cuerpo sin vida o un lugar sin limpiar debía ser cero. Entonces el sabio saliente agitó rápido su cabeza para liberarse de todos esos pensamientos, gesto que trasmitió a la niña. La hizo preocuparse y rápidamente le preguntó si le sucedía algo y él le dijo que estaba bien y que no le pasaba nada, que solo trataba de quitarse ideas innecesarias de la cabeza. La niña le preguntó si podía saber en qué pensaba y él le dijo que pensaba en los posibles sobresaltos que podrían venirles en lo que les quedaba de recorrido pero que pensar en eso le hacía preocuparse demasiado y que quería centrarse en cómo iban ahora. La niña alumbró más adelante y luego los alrededores y le dijo que en ningún momento habían encontrado nada peligroso, que incluso era más peligroso caminar de noche en su pueblo. El sabio saliente, como si contara con el más absoluto desconocimiento de la situación del lugar de origen de la niña, la preguntó si en verdad era tan peligroso como decía.

La niña le contó que normalmente no era bueno salir de noche, habían secuestrado a muchas niñas así que nunca la dejaban salir sola, ni siquiera a la casa del vecino. El sabio saliente que escuchaba con suma atención todo cuanto iba relatando la niña, esperó que acabara para decirla que hubo un tiempo en que en el reino sucedía lo mismo pero que los sabios se encargaron de corregir esa conducta. La niña se quedó callada y luego le preguntó que significaba corregir la conducta. El sabio saliente rápido buscó en su mente la manera de contar algo así de escabroso, y la dijo que tuvieron que hacer cosas no agradables para que dejaran de hacer eso y que era mejor no entrar en detalles. La niña que primeramente dio la callada por respuesta, le dijo que una amiga suya le había sucedido y que al tiempo apareció y que no volvió a ser la misma.

Seguían caminando por el conducto, virajes y cambios de nivel pasaban desapercibidos para ellos, la conversación que mantenían levemente los hacia estar a mucha distancia de allí, pero en verdad seguían caminando con acompañamiento el encierro que suponía ese conducto casi infinito. El sabio saliente conocía de sucesos así y no pensaba que la niña habría sufrido de cerca ese tipo de historias. La dijo que sabía que ella era fuerte pero que no sabía que hasta tal punto. La niña le contestó que ella no era fuerte y él le dijo que el lugar donde estaban ir solo era imposible y ella había estado corriendo y huyendo de alguien y había conseguido zafarse de él, no podía decir que solo fuese cuestión de suerte. Ambos que seguían caminando y charlado, el sabio saliente seguía alagando a la niña y la niña trataba de quitarle importancia, y debió parecerle molesto tanta insistencia del sabio saliente, que de final se soltó de su mano y le dijo que no quería recibir halagos de alguien que no se quería quedarse con ella. El sabio saliente se quedó cortado sin saber que decir, no esperaba semejante contestación, pero permaneció caminando a su lado. No pretendía crear malestar entre ellos pero parece había conseguido enfadar a la niña.

La luz del artilugio enfocado sin ápice de interés el suelo determinaba que así era. Ambos caminaban ahora mudos, con el eco de sus pisadas palpando las paredes de aquel lugar copia de cuantos atrás habían dejado. El sabio saliente volvió la cabeza, bien sabía lo que iba a encontrarse pero sentía tras de sí un sentimiento incómodo de acompañamiento, el acompañamiento de la más absoluta oscuridad. Volvió a caminar mirando para delante, pero solo hasta el límite donde alcanzaba la luz del artilugio. Era luz blanca que aun saliendo de un punto tan minúsculo, lo ofrecía de manera generosa. Al castillo de los sabios una luz así de noche no le vendría mal, aun disponiendo del mejor sistema lámparas de velas de todo el reino.

El sabio saliente entonces se le ocurrió como hacer que la niña sonriera y no estuvieran los dos en silencio. Mientras avanzaban y la luz seguía enfocando al suelo, el sabio saliente empezó a gesticular con las manos en el aire, y cuando consiguió hacer lo que tenía en mente, estornudó fuerte y se detuvo. La niña dio unos pasos hasta que se percató que el sabio saliente se había quedado rezagado. Entonces se giró a la derecha donde debía estar el sabio saliente y enfocó con el artilugio donde debería estar el sabio saliente, pero este muy astuto se separó lo justo para que la luz incidiera solo en sus manos, provocando una sombra con forma de conejo en la pared. Entonces aquel conejo de la pared preguntó a la niña si sabía dónde estaba su madriguera pues se había perdido. La niña le dijo que ellos estaban igual, perdidos sin saber a dónde ir, pero que tuviera cuidado porque había un perro con mucha hambre y que si le viera, se lo comería. Entonces giró el artilugio, enfocó a su mano y de ella surgió la sombra de un perro en la pared, y este por boca de la niña poniendo voz grave empezó a decir que olía a un conejo muy apetitoso y que tenía mucha hambre. Entonces de atrás se empezó a escuchar una risa contagiosa y la niña no pudo contenerse y empezó a reír también. El sabio saliente se acercó a la niña y la preguntó si sabía hacer más animales con las manos. Empezaron a caminar, esta vez con la luz sin el desapego de momentos antes.

La niña le dijo al sabio saliente que no sabía hacer muchos y que ese se le había ocurrido sobre la marcha, y él le dijo que sabía hacer unos cuantos más de cuando hacían las funciones de marionetas. Ella la preguntó que si hacían las funciones de las marionetas durante los meses que los días eran más largos o eran más cortos. El sabio saliente que primeramente se extrañó, entendió rápidamente la forma en que lo había preguntado y le dijo que en los meses donde los días duraban más, unas veces las hacían en el castillo y otras al aire libre. La niña le dijo que nunca había visto algo así pero sus papás en alguna ocasión si habían podido ver de otras veces que habían venido antes de nacer ella. Después de un breve silencio, la niña le preguntó si participaba en todas las actividades y el sabio saliente le respondió que cada año iba alternando de personaje, así no estaba repitiendo todos los años el mismo personaje o la misma obra.

Seguían caminando, caminando por el inmenso conducto el sabio saliente y la niña. El paso que llevaban era monótono, como el lugar, pero contaban con su compañía y el intercambio de recuerdos y anécdotas. El sabio saliente le contaba de que iba las obras en las que había participado y la niña en todo momento todo cuanto le contaba, le prestaba total atención, incluso desviaba la luz del artilugio tantas veces como posturas como muecas y gestos hacia el sabio saliente. Casi se sentía como si estuviera allí mismo interviniendo en la obra y un gran anfiteatro lleno de espectadores estuviera disfrutando de su actuación. En una de esas últimas, el sabio saliente le pidió el ingenio y ya se alumbraba a sí mismo, y conseguía las risotadas y los aplausos de la niña, que a veces incluso se detenían para que pudiera apreciar dentro de lo posible su intervención.

El momento de recordar que aún estaban en el subsuelo fue cuando, ante la sorpresa de los dos, llegaron a lo que debía ser una inmensa sala, pues los aplausos de la niña y la risa de ambos rebotaban alejados. Daba la sensación de estar en un punto de conexión como ningún otro habían alcanzado pues no se parecía en nada a la sonoridad de los anteriores. El sabio saliente observó al ingenio y para su sorpresa, lo que indicaba su posición actual correspondía con donde tenía intención de llegar. Se lo mostró a la niña y la dijo que ahora debían de cambiar de conducto, el último antes de situarse en los bajos del castillo.

Siguieron avanzando y de grande que era aquello, la luz del ingenio no lograba alcanzar pared alguna, solo tenían a su derecha el desnivel. A su izquierda había otra pareja de líneas de metal que parece iban a parar a otro conducto. Avanzaron hacia el final del todo manteniendo los que habían traído en todo momento y estos de nuevo se perdían en lo oscuro. El sabio saliente le dijo a la niña que de frente no podía ser, que debían ascender o descender hasta poder encontrar los que a ellos les interesaba. Retrocedieron un poco y salvaron el desnivel, primero la niña y luego el sabio saliente, y una vez arriba este le pidió que le diera el ingenio. La dijo que debían mirar en las paredes hasta encontrar el que indicara la dirección en idioma antiguo de los bajos del castillo. La niña en todo momento atendía las indicaciones que le daba el sabio saliente y contestaba si a cada cosa que le iba indicando.

Después de recorrer todo el pasillo que conforma el desnivel, solo pudieron verificar que estaban en el sitio indicado por el artefacto. Dos series de pasillos con escaleras que habían dejado atrás al volver a regresar al lugar donde habían salvado el desnivel eran los únicos posibles caminos a tomar. El sabio saliente le dijo a la niña que irían ahora por el más próximo y la dijo que ya estaban cerca de poder salir al exterior. Esta vez no contestó y el sabio saliente que esperaba que le dijera algo, la cogió de la mano y comenzaron a caminar hacia las escaleras. Empezaron a subirlas, eran bastantes y acababan en un giro de derecha, luego un pequeño tramo liso y nuevamente escaleras. Las subieron y al llegar al final, les esperaba un pasillo. El sabio saliente optó por girar a la derecha. Dirigía la luz casi siempre a las paredes en busca de letras que solo a él le resultaban comprensibles. La niña trataba de seguir el paso, de alguna manera el sabio saliente estaba tenso, pero ella no sabía de qué manera preguntarle porque ahora ese cambio de estado de ánimo. El pasillo se acabó en una suerte de escaleras que descendían. El sabio saliente se detuvo. Le dijo a la niña que posiblemente esas escaleras llevaran otra vez abajo, que volverían atrás porque seguramente se habían dejado algún pasillo detrás, y si no seguir al otro lado del pasillo. La niña le dijo que tratara de ir más despacio pues apenas podía seguirle el ritmo, y el sabio saliente se disculpó, le dijo que irían con más calma.

Recuperando los pasos calmadamente iban también más calmadamente registrando cada palmo de aquel pasillo. La emoción de sentirse cerca le había hecho acelerarse demasiado y se sentía irreconocible a si mismo que siempre mantenía la calma. Aquel lugar estaba sacando muchas cosas de él que nunca había experimentado.

La rapidez de momentos antes le había hecho pasar por alto una puerta, trató de abrirla pero no pudo ser, así que siguieron avanzando y llegaron al extremo donde habían empezado. El sabio saliente le dijo a la niña que habían tomado solamente un puente que comunicaba los dos sentidos que tenía aquel lugar y que solo les quedaba ir al siguiente que encontraron. La niña le dijo que siguieran pero que tratara de ir despacio y el sabio saliente se disculpó nuevamente.

Volvieron a encontrarse en el lugar donde se hallaban los desniveles, avanzaron al siguiente lugar que permitía recorrer nuevos pasillos. Cuando llegaron el sabio saliente le dio la corazonada de que aquel pasillo cumpliría la misma función que el otro pero aun así lo tomaron. Subieron por las escaleras que estaban a la izquierda, luego de nuevo un lugar llano y de nuevo escaleras arriba. Cuando dieron la tercera vuelta la sensación era la misma que antes, estaban por encima de los desniveles, era otro puente por el que poder cruzar. Ni se molestó en pensar que tendrían que ir alumbrando las paredes, caminaron todo el paso y al llegar al final se encontraron con de nuevo con un mismo juego de escaleras.

De nuevo en la parte de los desniveles, pero esta vez del otro lado, el sabio y la niña comenzaron a caminar enfocando la pared del lugar en busca de alguna pista, pero no hallaban nada. Su suerte era que aun el ingenio les daba luz, pero el sabio saliente estaba intranquilo, aquel lugar era inmenso y quedarse sin luz allí sería nefasto. No le dijo nada a la niña, que seguía sus pasos muy de cerca a su izquierda. Cuando llegaron al final de aquel sitio, unas escaleras se presentaron ante ellos y sin mediar palabra empezaron a subirlos, como sabiendo que era la única opción de avanzar que les quedaban.

Aquellas escaleras eran inmensas y daban a parar a un lugar llano. El sabio saliente enfocó adelante y algo les devolvió todo el brillo de la luz que les cegó un poco. A la niña le debió molestar de la misma manera que se quedó parada y se quejó un poco. El sabio saliente avanzó hacia delante y constató que lo que les había devuelto el brillo era un cristal que no era un espejo. Enfocó hacia atrás y le dijo a la niña que viniera, que no había peligro. La niña le hizo caso y cuando llegaron, le dijo que detrás del cristal había restos arqueológicos de una era antigua más antigua que aquel lugar. Trató de mostrárselos pero aquel cristal estaba casi opaco, el tiempo o algo había causado que ya no fuera como en un principio se había construido. La niña que miraba donde enfocaba el sabio saliente, le preguntó que era arqueotroópico. El sabio saliente se rio un poco y la corrigió.

Frente a la cristalera gigante, nuevas escaleras que subían. Avanzaron hacia ellas y según las iban subiendo, el sabio saliente le iba explicando que era la arqueología, pero cuando llegaron al final de ellas, se vio en la necesidad de detenerse. La sensación que recibió al llegar al final de estas era bien distinta a todo cuanto habían tenido anteriormente. El eco de la voz daba indicios de que era diferente a todo cuanto habían ido descubierto, y la luz, según caminaban, constataba totalmente esa percepción. Aquella nueva sala albergaba cosas de lo más variopinto. El sabio saliente rápido supo que era, y avanzando, con la niña a su izquierda, miraban todo cuando iba alumbrando. Le terminó de explicar sobre la arqueología y luego se detuvo justo en frente lo que parecía una tienda. Justo delante tirados en el suelo, láminas de papel, más bien libros de papel, pero de muy pocas páginas. El sabio saliente dijo el nombre de aquellas cosas en idioma antiguo, le entregó a la niña el artilugio, se agachó y cogió aleatoriamente uno de ellos. Ojeó rápidamente el primero y luego más lento enseñándoselo a la niña, le dijo que salían imágenes de personas de aquella época, era como una publicación de noticias de la época antigua. Miraron un buen rato juntos aquello y luego lo depositaron de nuevo donde lo hallaron.

El sabio saliente sabía que ese lugar podía deparar cosas aún más sorprendentes pero el tiempo apremiaba y decidió explicarle de manera breve a la niña que era aquel lugar. Alumbró al techo y vio que era más bajo que cuando estaban en los puntos de conexión. Le dijo a la niña que este lugar era como estar en feria pero todos los días, había puestos que vendían constantemente cosas y que estaba muy transitado. La niña le dijo que seguramente de poder disponer de una luz más grande podrían verlo todo con más claridad y que le gustaría verlo, el sabio saliente dijo que él también pero que tenían que encontrar la forma de tomar el último conducto.

Comenzaron a caminar, la luz ya no alumbraba a paredes uniformes sino a cosas de lo más variopinto. Debían de intentar localizar en verdad algún indicador donde el sabio saliente pudiera leer a donde dirigirse, cosa que no estaba fácil, no era diáfano aquel lugar, era fácil toparse con algún pilar o paredes salpicadas de cortina metálicas. Nada guardaba un orden, era todo medianamente caótico. Al ir enfocando sin orden y concierto a todo cuando iba pasando por delante de ellos el sabio saliente dijo a la niña que no sabía que sería de ellos sin la luz del artilugio, ahora más que antes. La niña le preguntó si en verdad estaban perdidos y él dijo que sí. Ella para animarle le dijo que confiaba en él y que seguro podrían llegar al final.

Caminar es lo único que les quedaba, esta vez sin líneas metálicas que sirvieran de camino, tampoco el ingenio podría determinar que sitio ir exactamente aunque ya les había informado que estaban en el sitio adecuado. Pronto dieron con un área que tenía una hilera de obstáculos que estaba presente en otros espacios que ya habían visitado, aunque eran algo distintos. El sabio saliente fue siguiendo el reguero dejándolos a su derecha, los iba alumbrando, eran idénticos unos a otros, eran una suerte de muros que impedían pasar al otro lado pero solo llegaban hasta la cintura. Cuando llegaron al último de todos dieron con una pared, que tenía una suerte de mapa. El sabio saliente lo examinó, la niña miraba a donde iba alumbrando y no entendía nada de lo que ponía. Luego el sabio saliente llevó la luz a la izquierda y encontraron un armario con productos, muy parecido al que momentos antes encontraron, y justo al lado un pasillo. El sabio saliente que alumbraba con la derecha, cogió a la niña con la mano izquierda de la mano y fueron al pasillo. La niña le preguntó si ese era el que debían de tomar y el sabio saliente dijo que no lo tenía claro pero que iban a ver, necesitaban encontrar carteles con línea color rojo.

El sabio saliente y la niña avanzaban por el nuevo pasillo, cuadrado del todo era él. Buscaba el sabio saliente el cartel con la línea roja, y la niña que era la única pista que tenía, también. No podía leer los carteles pero un color así era fácil de ver.

Se notaba al caminar por aquel pasillo una ligera inclinación hacia abajo, de alguna manera era reconfortante, como si llevaran buen camino cogido, pero sin saber si era el correcto, no era tan importante. El sabio se detuvo en seco en cuanto vio el cartel que andaba buscando, la niña lo señalo rápido y dijo rojo, y el sabio saliente dijo el nombre del lugar donde estaba emplazado los bajos del castillo pero en idioma antiguo. Avanzaron hacia delante y pronto dieron con unas escaleras metálicas que nacían de la pared de la derecha. Esta vez le preguntó a la niña si debían tomar esas escaleras y la niña sorprendida en ved de contestarle, le agarró fuerte de la mano y empezó ella a bajar primera por aquellas escaleras.

Cuando lograron llegar al final de las escaleras, el sabio saliente dio luz a las paredes de aquel lugar y enfrente tenían un desnivel. El sabio saliente le dijo a la niña que muy probablemente habrían alcanzado el conducto que les llevaría debajo del castillo pero que antes debían asegurarse que ese era el idóneo. Giraron a la derecha y comenzaron a caminar. El sabio saliente a su derecha tenía toda una pared donde tratar de buscar información y su mano izquierda buscaba la derecha de la niña. Cuando ya pudo tomarla, el sabio saliente ya si pudo poner todos sus sentidos en lo que iba hallando.

La niña le preguntó por el nombre del lugar que iban buscando y él no tuvo que decirlo pues pudo señalarlo de un cartel que hallaron a medio recorrido de aquel lugar. Se acercaron y marcó con el dedo donde estaban y luego a donde debían dirigirse. Luego le enseñó en el artefacto y le dijo que lo complicado estaba pasando el punto de conexión del lugar a donde iban ya que no habría forma de distinguir cual es la entrada exacta a los bajos. La niña no supo cómo reaccionar a lo que acababa de decir, solo pudo percatarse del color rojo. El sabio saliente la dijo que no había forma si eras una persona corriente pero él si lo sabía. Luego le dijo que ya sabía que dirección tomar de aquel conducto y que no tendrían que caminar mucho hasta llegar allí.

Solo necesitaron unos pocos de pasos para ponerse al borde del desnivel, el sabio saliente le dijo que ya era el último que debían coger. Primero bajo él y luego ayudó a la niña a repetir la acción y una vez ambos en el suelo, comenzaron a caminar entre las líneas metálicas del nuevo conducto que estaban tomando.

El conducto por el que caminaban se sentía distinto, el caminar hacia un eco distinto. El sabio saliente sabía que aún quedaba por pasar los momentos más difíciles, echo que se mezclaba con la euforia de estar próximos a la salida. La euforia quería nublar a la serenidad y al escepticismo que pedía el momento, había tratado de contenerlo pero la proximidad de la salida le tenía las de ganar. Ahora él necesitaba que la niña sacara algún tema de conversación con el que tratar de ponerlos a cada uno en su sitio.

Estuvieron un buen rato caminando, la niña no soltaba su mano y el sabio saliente encontró en su tranquilidad el confort que necesitaba, la preguntó que como se sentía y ella contestó que cansada, que llevaban un buen rato caminando sin detenerse. El sabio saliente le dijo que lo peor era estar aquí dentro sin saber muy bien si aún es de día o de noche, que echaba en falta poder ver el cielo y respirar aire fresco. La niña le dijo que ella igual, y también comer algo. Él le dijo que por comer no se preocupara porque al lugar que iban habría fruta y allí podrían comer. La niña le dijo que en los días que había pasado en el reino, había podido comer la mejor fruta que había probado en toda su vida. El sabio saliente le dijo que era un alago oír eso, pues hay mucho esfuerzo por parte de los agricultores de sacar lo mejor de la tierra durante todo el año, y luego la comentó si había tenido la oportunidad de poder visitar los campos. Ella le contestó que solo de pasada y que le gustó mucho. El sabio saliente entonces calló en la cuenta de que no había podido usar lo que compró para hacer la carta de recomendación y se lo hizo saber a la niña, y que cuando estuvieran afuera harían por pasarse escribirlo. La niña le dijo en tono triste que esperaba fuese así pero prefería no hacerse ilusiones.

De nuevo a sus oídos el eco alejado de pisadas llegó, el que avisa de la llegada a un nuevo punto de conexión. El sabio saliente le dijo a la niña que subirían solo a echar un vistazo y comprobar que era el lugar donde querían ir, así que procedieron a subir a lo alto del desnivel. Ya arriba el sabio saliente y la niña de la mano los dos, buscaron el cartel del nombre del lugar y no tuvieron que caminar mucho para dar con él. El sabio saliente había acertado en tomar el conducto que habían elegido, se encontraban justo donde habían pensado que llegarían. Miraron a la cartografía del artefacto y marcaba el lugar donde se encontraban. El sabio saliente le dijo a la niña que ahora bajarían y que tenían que hacer una cosa para poder acceder al interior del castillo. La niña le preguntó que era y él le dijo que tintinear con los pies. Tintinear pensó el sabio que no era una palabra que supiera, suposición no errada pues la niña se quedó sorprendida, sim embargo no dijo más y bajaron al lugar donde estaban las líneas metálicas. Entonces se pusieron a caminar pero el sabio saliente comenzó a ir dando toques con el pie a una de las líneas metálicas del suelo, la de la derecha. El sabio saliente le dijo a la niña que debían encontrar un punto donde sonara distinto, pero dentro del conducto, y las dos líneas. La niña le preguntó que por qué razón y él le dijo que eran la llave para poder acceder a los bajos del castillo.

Se adentraron al conducto yendo el sabio saliente a la derecha de la línea de metal de la derecha y la niña del izquierdo de la izquierda. Anduvieron un breve momento y entonces el sabio saliente se detuvo y alumbró su línea y le dijo a la niña que primero el iría dando toques con el pie un rato y cuando hubiera avanzado un poco, se pararía y luego la alumbraría a ella para repetir la misma acción. Entonces comenzó a caminar dando con la punta del pie a la línea. Sonaba un golpe ligeramente agudo metálico cada vez que le daba con el pie, avanzó haciendo eso diez pasos y luego se detuvo. Alumbró a la niña y ella comenzó a caminar, haciendo igual que el sabio saliente. Este agudizaba el oído en busca del sonar distinto. Cuando la niña llegó a su altura, el sabio volvió a caminar, haciendo sonar la línea metálica con el pie. Diez pasos y la niña comenzó a caminar. El sonido a oídos del sabio saliente iba sonando igual. Ahora era el turno del sabio, de nuevo diez pasos, y con el pie no pudo extraer ningún sonido diferente. Ahora el turno de la niña, un paso y un toque a la línea, sonaba ligeramente agudo, volvió a dar un toque con el pie, sonó agudo. El sabio le dijo que se detuviera y volviera a darle, le volvió a sonar agudo. El sabio le dijo que tratara por todos los medios de no perder el sitio donde había tocado con el pie. Ahora el sabio comenzó a caminar, y a cada paso, un toque a la línea de metal, un paso y un toque. El sonido ligeramente agudo le acompañaba a cada toque que daba con el pie. La niña la iba dejando atrás por momentos y el sonido agudo no aparecía. Se detuvo y le preguntó a la niña si se encontraba bien y ella le dijo que sí. Entonces dio otro paso, un toque con el pie y obtuvo el sonido agudo. De golpe la niña dijo un ahí y el sabio saliente rápido supo que era, pues a él también se le cayó encima una soga bastante fuerte y ancha que aun pendía del techo. En el extremo tenía un agujero y al alumbrar al techo vio cómo se había abierto un hueco por el que se colaba la soga. Entonces el sabio saliente le dijo a la niña que se sujetara como pudiera en la cuerda y que para nada se soltara, que solo tenían un intento y que no tuviera miedo. La niña a lo lejos contestó que lo intentaría y el hizo lo propio, se agarró a la soga y apoyo sus pies en la punta de la soga. En principio no sucedió nada pero de golpe empezó a recogerse la soga. Estaba subiendo al sabio saliente hacia arriba y esperaba que hiciera lo mismo con la niña.

El hueco que se había abierto por el techo del canal era estrecho y olía a tierra, pero era lo suficiente amplio para que el sabio saliente pudiera ir ascendiendo, una ascensión que se iba haciendo por momentos más angustiosa. Debía aguantar pues al final de ello entrarían a los bajos del castillo de los sabios. La luz del artefacto se colaba por el tejido del pantalón del sabio y no estaba de todo oscuro ahí dentro. Debía mantenerse erguido si no quería rozarse con las paredes y mirar solo podía mirar para los lados o arriba y una de esas veces que lo hizo, empezó a ver la salida. El aire daba la pista de que estaba encontrando la salida pues se iba notando por momentos distinto como estaba abajo, y cuando ya sus oídos dejaron de zumbar por la estrechez del lugar, supo que ya estaba en los bajos del castillo. La soga se detuvo y pudo poner pie en el suelo, con cuidado de no colarse por el agujero por donde había subido. La soga de pronto siguió subiendo y el sabio saliente alumbró los alrededores, y vio que en el techo de aquel lugar prendían infinidad de sogas. Sabía que estaban para despistar.

La sala donde había aparecido era la estancia inferior del castillo. No había tampoco luz allí ya que, cuando se necesitaba bajar, se venía con velas. Oía pasos, la niña venia hacia él, era fácil encontrarle gracias a la luz del artilugio. La niña le abrazó y le dijo que había pasado mucho miedo. El sabio saliente le dijo que le perdonara, que no sabía exactamente que mecanismo se iba a activar. La niña le dijo que no pasaba nada, que ya estaban juntos. Luego se separó y le preguntó que donde estaban, y el sabio saliente le dijo que en la parte más baja del castillo. Debían de buscar el almacén de la fruta y luego otra sala. También le dijo que no tardarían apenas en poder salir al exterior. La niña le dijo que no podía aguantar más la espera.

El sabio saliente cogió de la mano a la niña y se dirigieron a la salida de la sala. Abrieron la puerta y fueron a un pasillo de piedra. El sabio saliente no esperaba encontrar a nadie por allí, ni a los sabios ni a los recaderos, pero aun así le pidió a la niña que guardara el máximo silencio. Cogió el artilugio, alumbro alrededor, y luego con la mano tapó la luz y a oscuras comenzaron a caminar. Despacito, muy despacito, sin apenas hacer ruido. El sabio conocía el lugar al dedillo, pero puso el máximo de cuidado para que pareciese que allí no había absolutamente nadie. A la niña se le hacía difícil caminar a oscuras pero estando con el sabio saliente no tenía nada de miedo. Un pasito tras otro iban dando, conteniendo casi la respiración. Era ya una suerte haber llegado allí, estaban próximos a poder salir se decía, debía aguantar un poco más se decía.

El sabio saliente se detuvo, apartó la mano del artilugio y alumbro a la pared. No encontró lo que buscaba, pero al mover a la derecha la luz, lo encontró. Era una puerta de madera. El sabio le dijo que debían volver ahí después de llegar al almacén de fruta. Continuaron avanzando, a oscuras de nuevo. Un ligero olor a frutas comenzaba a llegarles y el hambre empezó a aflorar en ambos a modo de ruidos de estómago. Una sonrisa se les escapó, y luego a la vez se mandaron a callar con el dedo índice. Siguieron avanzando, sin luz, y la niña muy bajito le preguntó al sabio si quedaba mucho, y él le dijo que girar a la izquierda y un poco más. Se detuvieron y alumbró hacia delante. Se pudo ver el giro del pasillo a derechas por donde transitaban. Volvió a poner la mano encima de la luz y siguieron caminando. El sabio había calculado los pasos necesarios hasta llegar al giro a derechas y cuando llegó el momento, giraron y siguieron avanzando.

Caminaron, caminaron un buen rato, hasta que el sabio saliente se detuvo y apartó el dedo del artilugio, la luz se hizo allí donde apuntó, había una puerta y el sabio avanzó hacia ella y la abrió. Habían llegado al lugar donde emanaba el olor de las frutas que les había estado acompañando. Pasaron dentro y luego cerraron la puerta.

Allí dentro el sabio saliente ya si hizo uso de la luz del ingenio y alumbró a la estancia. Era una grande, con multitud de cestas donde habían guardadas todo tipo de frutas, desde manzanas, peras, limones pasando por uvas, franhuesos. Al sabio saliente se le hizo la boca agua pero a la niña mucho más. El sabio saliente le dijo a la niña que iban a coger tres piezas de cada, que intentara cogerse un poco de la falta para irlas echando. Entonces fueron pasando por el interior de la estancia y el sabio iba echando tres piezas de fruta de cada una que una alumbrando con el ingenio. La oscuridad y el lugar eran según contaba el sabio, idóneos para mantener fresca la fruta y durar un poco más. La niña no iba dando crédito de la cantidad de fruta que estaba echándose en la falda, le dijo que nunca había visto tanta fruta junta y menos que se la fuera a comer, y él le dijo que había que dejar una de cada para lo que necesitaban hacer. Cuando ya la falda estaba bien cargada, el sabio saliente abrió la puerta de la estancia y alumbró a un lado y otro del pasillo, no había nadie, ni siquiera un mínimo sonido. Le dijo a la niña que saliera y comenzaron a caminar de vuelta a la estancia que se habían dejado atrás.

El sabio saliente, al no poder coger de la mano a la niña, esta vez si iba usando la luz. Así fue un rato hasta que vieron que llegaban al giro, entonces la pidió que esperara un poco y el avanzó. Se asomó al esquinazo, y cuando vio que no había nadie, la hizo un gesto para que avanzara. Cuando llegó a su altura siguieron avanzando, le dijo que era una suerte no hubiera nadie por allí. El sabio saliente iba por delante y la niña detrás. El sabio saliente conocía bien el lugar así que no se paraba en ver aquí o allá, simplemente iluminaba el suelo para ver por donde pisaban.

Caminaron, caminaron un buen rato y no llegaban al lugar, la niña sospechaba de alguna manera que estaban dando más vuelta que la de antes pero confiaba tanto en el sabio saliente que no quiso preguntar nada. La luz que venía de delante iluminaba lo justo para ver las frutas en su falda, y estaba deseando llegar a donde fuera para comer. Entonces el sabio saliente se detuvo en una puerta, primero la tocó y luego puso el oído, se separó y acto seguido metió el dedo por donde debía haber un picaporte, y luego giró la muñeca y se oyó como un mecanismo. Entonces la puerta se abrió, el sabio saliente sacó su dedo del agujero y cuando esta se abrió del todo, pasó el primero y luego ella. Era una sala igual, totalmente a oscuras, parecía muy similar a la de antes pero en esta ocasión no había cestas con frutas. El sabio saliente entonces dijo que debía buscar el suyo y fueron avanzando por la estancia a oscuras solo alumbrados por la luz de artilugio.

Lo que iba alumbrando con el artilugio era difícil de describir, el sabio saliente sabia de sobra que eran aquellos artículos que había apoyados en la pared de aquella estancia. Pensó que la niña no lo sabría, así que le explicó brevemente que eran los instrumentos con los que los sabios prolongaban su tiempo de vida. Cuando quiso añadir algo más, se detuvo, parece había encontrado el suyo.

La niña se detuvo justo detrás del sabio saliente y él se agachó para recoger aquello, y una vez que lo cogió se sentó, y le pidió lo mismo a la niña, que como iba cargada de las frutas solo pudo arrodillarse y poner apoyado en el suelo su falda con las frutas. Uno sentado frente del otro, el sabio saliente decidió apoyar el artilugio boca arriba para que pudiera alumbrarles y de paso utilizar las dos manos para operar aquel cilindro tan extraño que había cogido, un cilindro de metal con una especie de tubo. El sabio saliente le explicó a la niña que en el cilindro se depositaba la fruta hasta llenarlo y que luego se ponía la punta del tubo en la boca, llevándose el extremo del tubo a la boca. Tenía la forma exacta para que se adaptara a la forma de su cara, y luego una cinta se la pasaba por detrás para dejarlo aún más fijo, pero solo hizo la demostración para enseñarle a la niña, se lo volvió a quitar, le dijo que una vez que se accionara, no podría hablar. La niña le preguntó que era ese artilugio y él le dijo que era lo que les permitía ser inmortales, era una reliquia de tiempos pasados y que semanalmente debían pasar con ello puesto medio día, y si lo dejaban de hacer, perdían la inmortalidad. Ambos callaron, y luego la niña le dijo que podía escapar llevándose uno y él le dijo que era imposible. Ella le dijo que si se lo llevaba si podría estar con ella y él le dijo que solo lo usaría para recobrar momentáneamente su condición de sabio para que pudiera salir de allí y que por favor no tratara de discutir con él y que comieran la fruta antes de activarlo. Él le cogió la mano, era un acto de perdón y de compasión, él le encantaría poder salir y estar juntos, era su manera de decirlo, pero él sabía que no podría ser. Soltó la mano de la niña y cogió una manzana, ella tardó en reaccionar pero al final cogió una pera. Allí sentados, en ese cuarto, los dos saboreaban las piezas de fruta en silencio, de alguna manera sería parece ser, la última vez que iban a estar juntos.

El sabio iba apartando las piezas de fruta que iba a necesitar y las demás las iba comiendo. La niña iba a menos ritmo que él, de manera que el terminó antes. La niña permanecía sentada y él se arrodillo, apoyó el cilindro sobre su regazo, puso la mano sobre él y por la parte de abajo a la vista de la niña se abrió como un compartimento. El sabio saliente comenzó a introducir por la abertura las piezas de fruta que había apartado. El sabio saliente le dijo que le llevaría poco tiempo pero que no podría hablar hasta que acabara el proceso y la pidió que se hiciera cargo del artilugio. La niña sin decir nada, se incorporó un poco y cogió el artilugio del suelo y se puso a enfocar al cilindro que tenía el sabio en el regazo. Ahora podía ver claramente como estaban entrando las piezas de fruta dentro pero solo le dio tiempo de ver la última. El sabio puso de nuevo la mano sobre el cilindro y la apertura se cerró. Luego el sabio le pidió a la niña que cuando se pusiera el tubo en la boca, le gustaría estar a oscuras y la pidió que cuando le viera cerrar los ojos, que tapara la luz para que no le molestara. Ella asintió con la cabeza y entonces el sabio saliente repitió la misma acción que antes, se llevó el tubo a la boca y con la cinta se lo fijo bien a la cara. Tapaba completamente su boca y su nariz. El sabio saliente observaba a la niña, ponía cara de miedo y de sorpresa y él trataba de decirle con la mirada que estuviera tranquila. Entonces el sabio saliente volvió a tocar la máquina y esta empezó a hacer un ruido por dentro y el sabio saliente cerró los ojos. La niña obediente cogió y tapó la luz con la mano. No se veía nada. El sabio saliente había hecho durante su larga existencia una vez por semana el mismo proceso, pensaba que cuando salió del castillo de los sabios nunca volvería a hacerlo, y sin embargo se encontraba de nuevo haciéndolo, esta vez delante de alguien. Nunca lo había hecho acompañado, era un acto solemne que cada sabio hacía en su cuarto, solo sin nadie, él estaba ahora delante de una persona, de la niña por la que se había volcado de manera inexplicable.

El sabio saliente meditaba en el silencio de la sala a oscuras con los ojos cerrados, la niña había dejado de comer las piezas de fruta, quizás pensó que no debía hacer nada de ruido. Estaba tan silenciosa que pensaba el sabio saliente no había nadie delante de él. Ahora no podía abrir los ojos, sabía que en cualquier momento vendría la parte dolorosa del proceso. Un tenue momento de luz se coló dentro de sus ojos, fue algo breve, muy breve. Por acto reflejo fue a abrir un ojo para ver que era pero sucedió el momento doloroso que estaba esperando. La parte interna del tubo que se había colocado en la boca estaba ascendiendo dentro de su garganta y bajaría directamente a su estómago. No era una sensación nueva para él pero siempre lo pasaba mal, iba notando como el tubo bajaba por su garganta. Debía aguantar, siempre lo había hecho, por doloroso que era. De golpe sintió un fuerte pinchazo por la espalda, por la parte izquierda, un pinchazo certero hacia el corazón que se lo atravesó. Fue entonces cuando el sabio saliente dejó de sufrir dolor. Fue entonces cuando el sabio saliente dejó de respirar. Fue cuando el sabio saliente dejó de vivir.

Lo que había atravesado el corazón del sabio saliente permanecía dentro del sabio saliente, el cual iba buscando tomar contacto con el tubo que había bajado por la garganta del sabio saliente. Cuando se hallaron los dos, se conectaron como si fueran piezas hechas adrede para ello, y luego empezaron a recogerse, el de la garganta hacia el cilindro y el que atravesó el corazón del sabio saliente rápidamente salió de su cuerpo. En la punta portaba una especie de esfera, más bien pequeña y gelatinosa. A oscuras no se veía bien el color que era pero la niña no necesitaba apreciar ese detalle. El cuerpo del sabio saliente cayó al suelo inerte. De su cuerpo no emanaba nada de sangre, la niña había acertado de lleno y había ejecutado con precisión todos los pasos, ya tenía lo que quería.

Estaba de pie, con el artilugio en la mano y la luz apagada. La fruta que no había comido estaba en el suelo. Se atusó un poco la falda y se llevó la mano derecha atrás, en busca de la falda y sobre todo, si se había atravesado la falda, pero hasta incluso eso lo había hecho bien. Manipuló el artilugio y activó la luz, y enfocó al sabio saliente. Le dijo gracias y hasta siempre y se dio la vuelta. Se concentró por un momento en su espalda, justo donde supuestamente debía acabar su columna vertebral, y se concentró para que lo que continuaba y pasaba por debajo de la falda se recogiera y quedara oculto por ella. En la punta portaba la esfera gelatinosa que había tomado del sabio saliente, debía cuidarla más que a su vida.

Cuando la niña sintió que estaba todo en orden, abrió la puerta por donde habían entrado momentos antes, y sin mirar al lugar donde yacía el sabio saliente, salió de la estancia y volvió a cerrar. Empezó a caminar por los pasillos de los bajos del castillo, en la mano derecha portaba el artilugio pero no usaba la luz para ver por dónde transitaba. No corría, pero su caminar era bastante rápido. No miraba los detalles de los pasillos, solo se concentraba en volver a encontrar la sala por donde habían ascendido. Era un lugar casi laberintico pero había memorizado los giros que habían tomado.

Necesitó la cuarta parte del tiempo que habían dedicado antes para encontrar la sala donde descansaban en el techo todas las sogas. Rauda buscó los dos orificios que estaba abiertos por el suelo y rápido encontró por el que había subido el sabio saliente. Se situó en el borde del hueco, alumbró con el artilugio hacia arriba y cuando tuvo claro que hacer, volvió a concentrarse en el extremo de su columna vertebral y la extensión que portaba la bola gelatinosa volvió a alargarse y alargarse y alargarse hasta que llegó al techo. Con sumo cuidado, tratando de no malograr la bola, la pasó por los orificios de varias sogas y se agarró fuertemente a ellas, tiró y cuando vio que estaba bien sujeta, comenzó a descender con sumo cuidado por el orificio. Se recordó a si misma que no tenía mucho tiempo y debía ejecutar meticulosamente todos los pasos.

A un ritmo prudente, descendía por el orificio y en una décima parte de lo que habían tardado antes, había logrado poner pie en el suelo del canal. Cuando así lo hizo, debía ahora de recoger toda la extremidad y ocultarla de nuevo bajo la falda. Debía evitar en todo momento que la bola tocara las paredes del hueco por donde había bajado así que se concentró muy mucho en ello, alumbró hacia arriba y comenzó a recuperar todos los metros que había ido utilizando para poder descender. Poco a poco, con delicadeza, fue recuperando todo lo que había dispuesto y cuando vio aparecer la bola sintió mucho alivio. Cuando estaba de nuevo oculta debajo de la falda, manipuló el artilugio y la parte que ofrecía luz e imágenes cobró vida. Dirigió su mirada a uno de los extremos y vio que había trascurrido una décima parte del tiempo del que disponía. Aun podría conseguirlo. Apagó el artilugio pero seguía usando la luz para alumbrarse. Comenzó a caminar con la misma agilidad con la que se había movido por los bajos del castillo, aún tenía mucho por recorrer. Sabía exactamente por donde debía ir, lo había memorizado todo, nada debía ir mal, tenía que conseguirlo.

Llegó a las escaleras que eran de metal, ascendió rápido y luego atravesó todos los pasillos que había traído anteriormente, incluso la parte donde tuvieron que entretenerse más, y cuando llegó al nuevo conducto, volvió a manipular el artefacto y a dirigir su mirada a la parte de arriba. Había trascurrido ya cinco décimas partes del tiempo que disponía. El tiempo estaba siendo traicionero, ahora había decidido avanzar rápido, debía darse mucha prisa.

Comenzó a avanzar rápida por el canal, había atravesado el que tantas vueltas tuvieron que dar, solo quedaba conseguir llegar al punto de conexión antes de ese. Era un tramo largo y posiblemente el tiempo que quedase iba a ser ínfimo, debía correr rápida, sin echar a perder la esfera, sin caerse, sin perderse. Sabía que su cuerpo no podría aguantar mucho el ritmo que había tomado, pero el tiempo apremiaba.

A la velocidad que corría, las líneas metálicas le servían de guías pues devolvían la luz del artefacto con mucha claridad, pero debía tener cuidado no pasarse del punto de conexión o seria tiempo perdido. Y no estaba precisamente para perder tiempo. En ciertos momentos con los que estaba de manera distendida con el sabio saliente, no podía prestar atención ni memorizar un solo recoveco por donde habían ido transitando los últimos momentos, así que debía poner extra de atención. Cada cierto intervalo alumbraba a la pared de su izquierda en busca del área de conexión, allí debía pararse en seco y superar el desnivel. Era estresante y a la vez acarreaba un problema el perder de vista por un momento las líneas metálicas, pero tenía que hacerlo, debía llegar antes de que se le acabase el tiempo.

Las contó, necesitó cerca de trece veces intercambiar entre las líneas metálicas y la pared, pero por fin pudo llegar al punto de conexión. Se detuvo casi en seco, subió ágilmente el desnivel y se encaminó por los pasillos rápidamente, los pasillos que la llevarían al área donde trataron de sacar los alimentos del mueble, la misma donde reposaba inerte el cuerpo del niño.

Rápida, rauda, se plantó en la sala y se detuvo en seco en la entrada. Tenía a escasos metros al niño. Rápida consultó el artefacto, volvió a mirar esa parte del rectángulo y pudo comprobar que aun la quedaba una décima parte del tiempo. No podía respirar tranquila, debía de ir al niño cuanto antes. Dio las ultimas quince zancadas lo más rápida posible y se puso justo al lado del niño. Estaba en la misma postura que le habían encontrado. Se volvió a concentrar en su columna vertebral, en el extremo que tenía la esfera gelatinosa. Aun la sentía gelatinosa. Aun había tiempo, quizás en esta ocasión podría conseguirlo. La extensión se dirigió hacia el niño, concretamente al pecho. Ella le levantó la camisa y cuando el pecho del niño estaba visible, apretujó la esfera gelatinosa en la parte izquierda del pecho del niño, justo en el corazón. Cuando tomó contacto, la espera comenzó a introducirse dentro del niño. Ella no para de mirarle, de mirarle y de suplicar que volviera a respirar, que volviera a latirle el corazón. Cuando la esfera gelatinosa había pasado a formar parte del cuerpo del niño, ella dejo caer la extensión al suelo y se concentró en escuchar de cerca el latido del niño. Puso el oído en el mismo pecho del niño, en busca del más leve palpitar. No es cuchaba nada. Ella le daba ánimos, y no paraba de suplicar que volviera a respirar. Esta ocasión había hecho todo perfecto, nada debía fallar. Nunca lo habían tenido tan cerca, esta vez no se les escapará de las manos.

Le cogió de la mano en busca de pulso, y le pareció que volvía a tenerlo. No quería falsas alarmas, quería que fuese cierto. Volvió a acercar el oído al pecho del niño y muy muy muy levente, sentía el latir del corazón. La niña no podía contener las lágrimas, estaba sucediendo en verdad, estaba volviendo a la vida. Se separó un poco del niño y el pecho del niño se movía, estaba respirando. La niña le acarició el cabello y lo miraba con mucha ternura. Estaba también un poco enojada, enojada con él, pero también feliz, lo habían conseguido.

El niño había recobrado la respiración, ya no era un cuerpo inerte, pero no iba a recuperar la consciencia. Ella lo sabía de sobra. Ahora quedaba por hacer una última cosa, cogerle en brazos y salir de allí. Se agachó y lo cogió en brazos, y una vez que lo tenía fuertemente comenzó a subir las escaleras una a una. Sabía que la miasma del exterior podría afectarla, pero contaba aun con el tiempo de gracia. Despacito iba subiendo una escalera tras otra. Cuando llegó arriba del todo, pudo presenciar de nuevo el mundo antiguo, pero lo hizo brevemente. Giró a su izquierda y avanzó a un punto donde se hacía visible el mundo actual, al mundo donde deseaba regresar. Recordó los pasos a seguir para salir con éxito. Se dio media vuelta y comenzó a andar marcha atrás, tratando de poner los talones todo lo que podía por delante de todo el cuerpo, debía hacerlo hasta sentir que había resistencia. Dio como cinco pasos marcha atrás hasta que la sensación de resistencia apareció. Entonces comenzó a apoyar la espalda, tal y como habían ensayado, y luego, solo debía de apoyarse y aplicar fuerza en esos tres puntos, muy constantemente, sin detenerse, así el tiempo que hiciera falta. Y entonces de golpe y porrazo ya estaba al otro lado. Había vuelto al reino. Se encontraba en una de las plazoletas que días antes había estado tocando. No había nadie alrededor. Estaba amaneciendo. Comenzó a caminar, se sentía libre, totalmente libre. En sus brazos, el niño, estaba vivo, inconsciente pero vivo. En el regazo de este, del artefacto empezó a emanar una melodía, una programada por él. Su extensión empezaba a recogerse sola sin que ella tuviera que concentrase en ello. Comenzó a caminar en busca de la salida del reino y una especie de chasquido sucedió detrás de ella, pero no le dio importancia. Mientras avanzaba, mientras que por el orificio provocado por el chasquido la miasma finamente se iba escapando, miro al niño entre sus brazos y felizmente escuchando la música le dijo:

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«Hay mi tontorrón, te dije que lo conseguiríamos… aunque mírate ahora, tendré que buscar la forma de que abras los ojos.»

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Puede que no siempre hagamos lo correcto, pero seguro que tampoco estamos totalmente equivocados.
Somos la significancia insignificante en un mundo que es más pequeño de lo que parece y más grande de lo que es.

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