Relatos

La dama del mar

2.3500000, 43.2166700; 3 de agosto de 143; 17:00

A Camerina Renentes su criada la había despertado puntual de su siesta reparadora a la hora que sus padres le habían pedido que lo hiciera, debía estar arreglada como un clavo dentro de una hora en la sala principal para recepcionar a la visita que habían acordado sus padres. No se podía hacer esperar a la gente de bien le había dicho antes de que se despidiera de ella, y al despertar, la sensación de que iría a tener que darle la manita a todos y cada uno de los ricachones de los aledaños, la estaba haciendo oponer resistencia a una criada que se veía apurada por la actitud de la doncella.

— Y dime Verdecella, ¿por qué diantres tengo que vestirme con ese traje que además de parecer un salto de cama, es para seguramente una doncella de edad casadera?  — Le preguntó señalando con el dedo a la prenda que estaba perfectamente colocada en una percha a escasos tres metros de ella.

— Mi dama, son órdenes de su padre, — le iba contestando con amabilidad mientras la iba desvistiendo a pie de la cama, — ha dicho que es imperativo que lleve puesto esas prendas, que por otra parte no discrepo con usted que es un poco para personas más adultas y no para una muchacha como usted.

— Manda narices con el caprichoso de mi padre… — contestó rezongona ella, que seguía poniendo en dificultades a su criada para quitarle la prenda de la siesta.

— Por favor no hable así que más tarde irá de ese humor y recibirá de mal porte a los invitados… ¿o se ha olvidado de la vez anterior?

Camerina hablarle de la vez anterior le complicaba demasiado, no por el hecho de que si recordara haber montado un pequeño alboroto la recepción anterior, sino lo que supone para ella como ser especial que perduraba, y eso le hacía por un momento ponerse rígida y mostrar un semblante serio que por norma general desconcertaba a su interlocutor. En esta ocasión nadie la miraba, puesto que en ese momento Verdecella la estaba quitando la parte superior y la estaba pasando por la cabeza el camisón fucsia de fina tela que le obligó hace días comprarle a su padre. Para cuando ella estaba ya solamente con la prenda que tapaba su parte más noble, ella había cambiado de semblante y recibía la mirada escrutadora de su criada.

— Como veo que lo ha recordado, no le recomendaré que se tranquilice y haga sus respiraciones durante cinco minutos… ahora bien la pediría que no opusiera tanta resistencia ahora al ponerle la prenda nueva.

Su doncella la tenía totalmente fichada, y por una extraña razón, Camerina no le importaba mucho. A las catorce criadas que había tenido anteriormente las habría protestado y rezongado y mil cosas más, pero con Verdecella era diferente, tenía otro trato con ella, más como amiga y como confidente que como esa chica que debía estar a sus órdenes, y ese carácter a la par dulce y duro que siempre la trataba le parecía genuino, lograba que siempre cediera. No sabia mucho más acerca de ella, y eso que ya llevaban dos años juntas, pero no la preocupaba lo más mínimo.

Mientras Camerina recordaba a las anteriores criadas y las comparaba con la actual, Verdecella había logrado pasarle por la cabeza las partes más difíciles del camisón, y ese tacto tan fino más incluso que el propio suyo que usaba para dormir, la sacó de su pensamiento y la hizo mirar hacia abajo. Ante aquella luz de atardecer que se colaba por la ventana de su habitación se veía muy bonito, con esos detalles en rojo que pegaban tan bien con su pelo y sus ojos, si no fuera porque parecía que iba a dormir por primera vez con su recién casado, le habría dado el completo aprobado.

— Porque a ti no te valdría, sino te lo prestaría para cuando fueses a pasar la primera noche con tu esposo. — La comentó a Verdecella, que atusaba la falda de tan vello traje.

— Que cosas dice mi dama, para empezar no habría hombre que quisiera casarse con mi carácter…

— Cualquier ser humano de sexo varón caería rendido a tus encantos, eso te lo digo yo.

Verdecella ahora colocaba las mangas y era ella ahora quien recibía la mirada escrutadora que momentos antes ella le había lanzado a su señora. Estaba seguramente pensando la respuesta.

— Pues gracias por el alago, pero pediría que no cualquiera y si un hombre gentil postrara sus ojos hacia mí, que para casarme con un haragán ya habría tiempo. — Sentenció.

— Oye, pues lo mismo hoy es tu día. — Añadió con sorna graciosa y ganas de picar a su criada. Esta se levantó y la pidió con ademán que se diera la vuelta para arreglarla por detrás.

— Mucho pollo para tan poco arroz sería. — Le contestó al cuello Camerina, que reía por la frase pero solo por la frase.

— Por mucha riqueza que tengan, ninguno de ellos han conocido en su vida una persona como tú, te lo digo de corazón.

La doncella se sentía agradecida por las palabras de su señora, pero siguió colocándole tan lindas prendas a una Camerina que no tenía para nada ganas de salir a hacer ese paripé.

Camerina y Verdecella estuvieron hablando sin que nadie les molestara, y hasta que no quedó perfecta y con el visto bueno de la señora, no salieron de la habitación. Ambas caminaban por los pasillos de la mansión en dirección a la sala que le requería su padre, y como mandaba las normas estrictas de etiqueta, la doncella debía ir pasos atrás de su dama. Camerina andaba un poco con dificultad con el calzado que la habían obligado ponerse, fue una suerte para Verdecella que fue lo último que le puso, de haberlo sabido, la habría puesto mil problemas.

La doncella quedó afuera de la sala principal y Camerina accedió a la sala donde supuestamente iba a reunirse toda esa gente de sonrisas falsas y conversaciones aburridas que tantas veces había tenido que soportar. Del otro lado de la estancia, el murmullo llegaba muy tapado, pero estaba claro que la gente ya aguardaba a que ella saliera por la puerta y los recibiera, sus padres seguramente habrían estado convenientemente haciendo tiempo con el piscolabis de bienvenida. Al mirar a su izquierda contempló como la pared donde reinaba ese cuadro de caballos y guerreros estaba ahora bien tapado por una especie de cortina. Por un momento quiso dar los pasos necesarios para ir a cotillear, pero presentía que en cualquier momento alguien aparecería por la puerta para ver si estaba y deshizo de su cabeza toda intención de tirar fuerte de la cortina y ver que se escondía detrás.

Camerina entonces cogió aire, intentó dibujar en su cara la mejor sonrisa que pudo y caminó hacia la puerta de recepción de invitados. Cuando las abrió con su poca delicadeza habitual, en el amplio porche encontró lo que esperaba: multitud de adultos ataviados de ricas ropas y emperifollados de arriba abajo. Padres debían estar entre toda la multitud, pero no hacia falta que ellos dijeran nada, el ritual era conocido, siempre su bonita hija de melena roja y dulce mirar daba siempre paso a los invitados. Lo que diferenciaba de otras veces es que ahora llevaba ese camisón de adulto confeccionado casi para niños, que no tardó en ser el centro de atención de toda esa gente.

De manera ordenada y saludando todos y cada uno de los allí presentes fueron adentrándose a la sala, siendo los últimos sus padres que con admiración veían como su hija lucia tan bello vestido. No sabia Camerina muy bien si era porque en verdad le quedaba bien o más bien era porque les parecía increíble que no hubiese echo ninguna trastada de último momento poniéndose otra cosa. Por un momento Camerina pensó si quizás le habían echado algo en la comida para estar tan complaciente con todos.

Adentro ya todos, la conversación seguía animada, y Camerina trataba de bordear a todas esas personas en busca de bien su criada o sus padres. Después de esquivar a varias personas (ninguna era de su edad, todo eran adultos, vaya royo), logró llegar a sus padres, que casualidad o no estaban cerca de la cortina misteriosa. Su llegada parecía ser el pistoletazo de salida para el evento principal, ya que su padre al verla la hizo que fuese a su lado y contemplara a todo el gentío allí acumulado. Cuando ya los tres formaban delante del público, empezó a hablar.

— Mi mas respetada y distinguida visita, por favor les pido amablemente me presten atención, vamos a pasar a mostraros aquello que tanto hemos estado aguardando tener y que vendrá a iluminar si cabe más de por sí nuestras vidas y toda esta sala en la que nos hayamos.

¿Iluminar nuestras vidas? ¿Qué sería lo que iban a mostrar? Es todo cuanto pudo pensar Camerina ante la atenta mirada de todas esas personas que ya no les prestaban atención, sino a aquella cortina que poco a poco se iba corriendo. Se giró y pudo contemplar que era Verdecella quien se estaba encargando de ir poco a poco corriendo aquella cortina que primeramente desveló el cuadro de los caballos, que estaba desplazado por otro cuadro que poco a poco se iba mostrando. Verdecella iba ahora avanzando por detrás de ellos, iba poniendo toda prestancia en que esa cortina se fuese corriendo al ritmo necesario para que la sorpresa ganase más puntos. Y fue entonces cuando Camerina comprendió la razón de su vestimenta.

Los invitados empezaron a aplaudir a la espalda de Camerina, aplaudían a un cuadro pintado a mano de una joven de cabello rojo ataviada de un camisón blanco y lazos rojos sentada en un idílico porche que parecía estar situado próximo al mar. Se sentía de alguna manera como si en ved de haber estado solas ella Verdecella desnudándola y poniéndole ese vestido, hubiesen estado todo ese gentío que sinceramente prefería no verles la cara. No intuía para nada que lo peor estaba por llegar.

— Como bien saben ustedes, nuestra hija sufre de una enfermedad incurable que la impide ir mas allá de su etapa de adolescente. Nuestros corazones han estado siempre con una sombra agarrotada de tal aciago destino del cual nunca hemos podido desprendernos, por lo que hemos decidido al menos tener este cuadro de factura tan preciosa que nos hará, por un instante, poder contemplar en cuan bella dama podría llegar a convertirse.

Camerina en todo momento debía mantener la calma, si todo ese mal genio y vergüenza y odio se desataran sin control, su cuerpo adoptaría su estado de cazadora de sabios ante todos aquellos presentes y para nada podía suceder. Recordó las palabras de Verdecella, respiró hondo y contó cerrando los ojos, casi a ciegas, y tratando de no escuchar nada de nada de todo aquel cotorreo, se dispuso a caminar hacia su criada, que esperaba estaba al otro lado de la sala dejando recogida la cortina. Sentía la mayor de las vergüenzas y sentía también como quizás en cualquier momento la cola se le iba a salir.

A tientas y ante la atenta mirada de los padres de Camerina y de una amplia mayoría de los allí presentes, se fue acercando a Verdecella que estaba justo donde ella había intuido que podía estar. Habría preferido que esas personas la lapidaran, no se habría sentido tan mal y con ganas de escapar de allí. Cuando sintió las manos de ella abrió brevemente los ojos y la dijo que la sacara de allí.

— Nos van a perdonar pero la señorita se encuentra indispuesta, por favor prosigan con la gala. — Dijo muy segura de sí misma Verdecella, y agarró de la mano a una Camerina que solo abrió los ojos para constatar que era su criada quien la había recibido. Avanzaron juntas acompañadas del murmullo de voces que le llegaba a los oídos a Camerina, que se concentraba para no tratar de descifrar ni un ápice de cuanto dijeran y en solo llegar a escuchar el sonido característico de las puertas de la sala al cerrarse. Sin saber cómo, lograron salir por el mismo lugar por el cual quien si hace una hora había pasado por allí, y liberada del monumental entuerto, salió Camerina corriendo a velocidad contenida dejando atrás a su criada, a la cual brevemente pudo decirla que para nada la siguiera, seguramente solo con eso se habría dado por enterada de lo demás.

Entró rauda a su habitación, se fue corriendo a su cama, se tiró en plancha y metió la cabeza debajo de la almohada, y comenzó a gritar y chillar desesperadamente como nunca recordaba haber hecho. Entonces una retrasmisión entró directamente a su cerebro.

— Cero, contente o terminarás entrando en modo… — La voz mostraba mucha preocupación y estaba parcialmente alterada.

—¡¡¡Yo los maldigo, los maldigo, los maldigo, como me han hecho esto, que ridículo más grande he pasado!!!

—¡Estás a un 0,05% de pasar, por favor para!

Camerina seguía desatando su rabia contenida y en una de esas, su grito se silenció de golpe y calló totalmente fulminada inerte sobre la cama. Una cola metálica salió del final de su columna vertebral perforando el traje de fina tela, salió al exterior y acto seguido cayó inerte sobre la cama.

 

Una conversación comenzó a llegar a sus oídos, el número de personas presentes le resultaba fácil obtenerlo, eran tres en total, todas voces conocidas. Camerina sentía estar echada boca arriba en la cama, pero no era capaz aún de poder recobrar todos los sentidos y menos aún moverse o abrir los ojos. Seguramente se veía ante los ojos de los demás como una muñeca moribunda. SiRi debió haberla aplicado un apagado forzado por la forma en que estaba.

— Se lo voy a decir en cuanto despierte, yo me siento demasiado culpable. — Escuchaba decir a Verdecella.

— Como se lo digas, tendremos que despedirte y tendrás que apartarte de Camerina, no dudaremos en hacerlo. — El que contestaba ahora era su padre. — Y deja ya de repetirlo o tendremos que sacarte de la habitación.

— No puede enterarse bajo ningún concepto que fuiste tu quien pintó ese cuadro, ¿es que no lo entiendes? — Terminó añadiendo su madre.

— Me siento sucia, he dibujado cada trazo de ese cuadro a escondidas de la señorita, y cuando tiene que verlo por primera vez, ha sido así… yo no he sido la que ha preparado esa presentación tan presuntuosa que han llevado a cabo pero me siento como si lo hubiese hecho, ¡entiéndanme! — Gritó Verdecella como último recurso. Y entonces se escuchó un bofetón, sonaron pasos alejarse a la carrera, y luego un silenció molesto vino a la sala.

—Si no fuese por lo bien que se lleva con la niña, te juro que la echaba hoy mismo de casa. — Se escuchó decir al poco después a madre.

—El corazón de nuestra niña no lo resistiría si viera que no está aquí mañana… Mejor vayamos a hablar con ella a fuera, que solo faltaba nos estubiera escuchando. — Sentenció padre y acto seguido se escuchaba como se levantaban de la cama y salían de la habitación. Camerina volvía a estar sola pero con todo ese silencio pesado que habían dejado allí, y echada en la cama sin capacidad para poder mover un solo músculo, pensó que lo mejor que podía hacer era tratar de dormir y esperar que mañana fuese otro día, total ni le era necesario cerrar los ojos. Se quedó pensando si esa conexión provocada por su alteración de ánimo le traerá problemas en un futuro con SiRi, y entre divagación y divagación, Camerina se quedó dormida.

Al día siguiente, mucho antes de lo que habitualmente despertaba, Camerina ya estaba despierta, levantada y cambiada a ropa de andar por casa. Había luchado un poco con la tentación de desprenderse de las prendas del ridículo, pero decidió dejarlas en la habitación y ponerse sus ropa habitual. Se sentía nuevamente humana y con ganas tremendas de cerrar definitivamente todo cuanto pasó ayer, así que directamente salió de la habitación con el silencio y la poca luz que aportaba una mañana que aún no había despertado, y fue directa y sin remisión a la sala de ayer.

Cuando entró, con toda la oscuridad que imperaba, le resultaba imposible ver nada, pero sabía que si aguardaba el tiempo necesario, su vista se adaptaría y podría transitar por el lugar sin tropezar, era muy probable que aún esperando, nadie la importunaría. Conforme iba pasando el tiempo, aquel lugar que se escapaba de la luz exterior iba siendo mas perceptible, si esperaba quizás media hora más, podía caminar sin problemas, total el tiempo estaba a su favor. Pero ella no era la única que lo sucedido anoche la estaba atormentando, cuando menos se lo esperaba Camerina, del otro lado de la sala se abrió las puertas y el amanecer entró a raudales, haciendo que esta cerrara los ojos.

— Hija, pero desde cuando llevas despierta… es muy pronto para que andes por casa… — La persona que hablaba, aún sin poder ver quien era, sin duda se trataba del padre de Camerina.

— Como me acosté temprano, estaba fresca más pronto de lo habitual. — Contestó sin que le costara fingir que había aparecido por allí medio insomne. — El que parece también ha despertado temprano es usted padre…

— Tenia cosas que hacer y tuve la fortuna de despertar temprano. — El sonido de puertas cerrándose acto seguido sonó, y luego pasos. Camerina comenzó a abrir levemente los ojos pero ni forma de ver aún la figura de su padre. — Encenderé las luces.

Encender de nuevo todas las luces de la sala era un trabajo bastante laborioso que normalmente se encargaba la sirvienta, pero esta vez parece era padre quien quería hacerlo. — ¿No esperarás a que Verdecella lo haga? — Preguntó mientras se rascaba un poco los ojos intentando que su vista volviera.

— Está con otras tareas, hoy me encargaré yo.

Según iba ganando en luminosidad la sala, Camerina trataba aún de zafarse de la ceguera que le había causado tanta luz, y cuando ya parece que podía ver bien, se fue aproximando al cuadro de la desdicha, que iba abriéndose a su mirada a cada vela que iba encendiendo padre de las lámparas del techo. Quien iba a decir que su criada en verdad era una artista con tanto arte de la pincelada, debía haberla estado observando tanto que todas sus facciones estaban ahí volcadas en una persona adulta la cual nunca llegaría a ser, y en parte a Cero eso la dolía un poco, pero la que habló fue Camerina.

— Ayer con todo lo que pasó, no pude ver el cuadro en condiciones.

Padre acabó de encender la última vela y se acercó a contemplar el cuadro con ella.

— A nosotros nos enamoró en cuanto lo vimos.

— Puedo entenderlo, en verdad es bonito… debió costaros una fortuna contratar semejante artista, padre…

— Nada cuesta nada si es pensando en nuestra única hija.

Camerina miró a su padre y en verdad parece disfrutaba del cuadro, no le quitaba ojo.

— Entonces, ¿dejarás de mirarme a mí para mirar el cuadro?

Padre dejó ipso facto de observar el cuadro para mirar a su hija.

— No te va a sustituir ni te sustituirá, eso te lo aseguro.

— Si ese es el caso, y siendo yo la protagonista del cuadro, ¿puedo pedirle algo, padre?

El padre se arrodilló, cogió la mano de su hija y la besó.

— Menos destruirlo, lo que me pidas. — Le miraba con bastante preocupación ¿de verdad es tan importante ese cuadro?

— ¿Podemos titular el cuadro, la dama del mar? — Preguntó Camerina.

— No habíamos pensado ningún título… lo consultaré con tu madre a ver si le gusta… — Contestó visiblemente aliviado, estaba claro que ese cuadro le importaba mucho, y pedirle deshacerse de él, le había afectado demasiado.

— Quiero le consultemos el título del cuadro juntos, y de paso preguntarla si viajaremos a El Reino pronto. — Le contestó, ofreciendo Camerina a su padre la más tierna de sus miradas.

— ¿Vamos a despertarla juntos?

— Venga, vayamos. — Contestó Camerina con ilusión de jovencita. Cero aguardaba ese momento con ganas, ver la cara de ambos cuando les propusiera vender el cuadro en el viaje que le había planteado a padre, iba a ser puro deleite.

Y juntos de la mano Camerina y Cerballo abandonaron la sala prestos al dormitorio donde aún dormía Vistilia.

Fin.

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Puede que no siempre hagamos lo correcto, pero seguro que tampoco estamos totalmente equivocados.
Somos la significancia insignificante en un mundo que es más pequeño de lo que parece y más grande de lo que es.

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