Relatos

Las siete últimas horas de Centeno

Me desperté tarde, no había podido dormir nada bien. Tampoco era una novedad, me había pasado cada día desde que comenzó la semana, las ganas de volver a encontrarme con Ceromi conseguía noches de desvelos y noche tras noche me costaba un triunfo conciliar el sueño. Y es que seguro mi amada debe estar en el reino, pero entre la celebración de cambio de siglo y la entrada del nuevo sabio, todo estaba mucho más concurrido, el reino era puro tumulto, y no nos encontrábamos. Ya es difícil encontrar a nadie pero lo de esta semana estaba resultando imposible. Súmale el castigo de los sabios que me ataba todo el santo día de recados, era un incordio tremendo. Eso si, por suerte para ambos, hoy es el último día, solo un recado y tendría vía libre para hacer lo que quisiera.

Debía encontrar a Ceromi, hacer el recado. Debía encontrar a Ceromi, hacer el recado… quería con todas mis ganas que fuese en ese orden, pero me temía que no iba a ser así.

Me levanté de la cama, caí de pie en el barullo de ropa que dejé tirado en el suelo la noche anterior. Sin importar si estuviera sucia o limpia, a toda prisa la recogí y me vestí. Se respiraba silencio así que debía estar solo en casa. Al ser hoy el día grande de ventas para nada sería el centro de atención, seguramente los padres estaban en el puesto de la plazoletilla frente a casa vendiendo sus cosas. Para mi suerte, para nuestra suerte, no estarían encima mía regañándome por haber dejado todo por en el suelo o haberme despertado tarde, tenía de momento total libertad para hacer lo que quisiese. Abrí el cajón de la cómoda, estaba vacía. Rebusqué por el suelo debajo de la cama y la tablilla suelta estaba sin tocar. La levanté y respiré tranquilo al ver que los billetes estaban ahí. ¿Quizás ya me los debería llevar?

Los dejé en la cómoda. Pensé en Ceromi, y luego en los padres, quizás debía pasarme antes a verles. Bajé a la primera planta de la casa con los pies descalzos y antes de salir miré por la ventana que daba a la plaza. Había gente, bastante gente, imposible ver a los padres entre tanto barullo. Eso me brindaba la ocasión perfecta para salir sin ser visto. Miré desde la ventana hacia la puerta y estaba allí la cesta de la fruta. Ese trasto lo necesitaba, no debía olvidárseme bajo ningún concepto.

El suelo de madera crujía con mis pasos, sentía la madera en mis pies, tenía que calzarme. Subí de nuevo y me puse el primer calzado que encontré. Por un momento miré a la habitación, desee con ganas que esta fuese la última vez que volviera aquí en toda mi vida y bajé de nuevo a la primera planta de esa minúscula casa de dos plantas que también esperaba fuese la última vez en verla.

Salí de casa con la cesta de mimbre al hombro, el dichoso trasto apenas podía abarcarlo con estos brazos de niño. El bulto y yo teníamos que caminar entre la gente que paseaba por la plaza redondita de la fuente y llegar a las casas vacías donde supuestamente habían montado el puesto. Me daba pereza, tenía más fácil bajar por la calle donde había menos gente, pero ¿y si Ceromi estaba allí? El bulto y yo comenzamos a pasar por medio de la gente. Como buenamente pude alcancé la fuente redonda de los chorritos, ya había echo la mitad del recorrido. Gente bastante había, pero yo ocupaba como dos adultos y golpeaba a grandes y pequeños y debía disculparme a cada momento. Nadie que se daba la vuelta era Ceromi. ¿Estaban regalando algo allí de tanta gente que había?

Seguí avanzando y a media distancia, calculado así rápidamente, la madre no sé como me vio, escuchaba como me llamaba. Seguí avanzando, y entre disculpa, golpe y pistón conseguí llegar al puesto. La mujer joven que era mi mamá dejó de atender a un cliente solo para atenderme a mí.

– Buenos días hijo , ¿cómo estás? -Me preguntó efusivamente. Papá seguía a lo suyo.

– Bien madre, me quedé dormido y ahora tengo prisa, luego vengo y os echo una mano.

– Aun así te has pasado por aquí, que hijito mas amable tengo, -me dijo la mamá desde detrás del puesto- ¿A qué es una adoración? -Le preguntó a papá. Ambos esperábamos respondiera, pero hizo oídos sordos y siguió como si nada atendiendo a los clientes.

– Bueno mamá, luego si eso regreso, espero vendáis mucho. -La desee con fingida preocupación.

– Vale hijo, luego más tarde nos vemos. -Me devolvió mama la despedida con sincera alegría y siguió atendiendo a una persona mayor. La niña a su lado se desplazó lo justo para mirarme, no era Ceromi. Tampoco era esa persona el sabio. ¿Cómo entre tanta gente nos íbamos a encontrar?

Llegar desde el puesto hasta el puesto de frutas y verduras donde debía retirar el recado de los sabios había un largo recorrido, y ya solo la distancia me desanimaba, me causaba hastío, pero no quedaba tiempo, era hoy o todo se iría a la porra. Deseaba tirar ese cacharro al suelo pero pensé en mi Ceromi y gané el pulso a la desidia. Agarré como pude ese maldito trasto y sin importarme si pisaba, si golpeaba y si estorbaba, comencé a abrirme paso entre la gente.

Por una extraña sensación de estas que no te esperas, se me hizo menos difícil llegar a la calle que nacía de la plaza, la famosa cuesta abajo que usábamos para tirarnos con los carros de juguete y que tantos problemas causaba si llegabas a la vía principal. Hoy seguramente estaba atestada, si lo estaba la plaza eso debía ser aun peor. Mire atrás y me sorprendió no ver a tanta gente, la plazoletilla había pasado de tener un nubarrón de personas a solo grupitos, grupitos de personas que hablaban distendidamente y se lo pasaban bien. Yo ese gusto no me lo había podido dar para nada. Me di la vuelta y ahora si con los ojos mas abiertos caminaba hacia la vía principal.

Esa vía principal era una de las importantes del reino, era la que nosotros normalmente usábamos como punto de encuentro. Para llegar la cuesta abajo a esa vía, se iba despojando de las casas que arrastraba de la plazoletilla y se abría hacia ella en una curva a la derecha. Deseaba girar esa curva y ver a Ceromi. Pero solo vi más y más gente. Miré a izquierda y a derecha, buscaba la figura de mi Ceromi, debía ir acompañada así que descartaba cualquier niño o niña de nuestra edad que fuese solo o en grupo. Me llevó un rato ver a toda la gente, había carruajes transitando, puestos aquí y allí, actuaciones a ambos lados de la vía, gente agolpada aquí y allá. Mi animo iba mermando a cada grupo que veía, a cada pareja que veía, y nadie era mi Ceromi.

Crucé la avenida con desgana, poniendo cuidado de que ningún carruaje me atropellara, que no es que fuesen rápidos, pero existía el riesgo. Debía ir por la calle del medio que veía ya desde la mitad de la avenida, era parecida a la nuestra pero con menos casas y con más espacio para los cultivos de los vecinos. Mi destino en otras ocasiones eran una de estas casas pero hoy estaban por fastidiarme y mandarme aún más lejos.

Quedaba hoy y mañana pero encontrar a Ceromi seria difícil, mucho. La extrañaba, echaba en falta su figura, su manera de hablarme, sus cariños, quería verla ya.

Caminaba con desgana de forma automática con la cesta de mimbre de acompañamiento sintiendo el deseo que no quería sentir, el acabar con esto de la forma que menos me afectara y menos me diera cuenta. Llegué a cruzar no sé como la avenida y tomé rumbo a la calle que me llevaría a la otra calle, que más tarde me llevaría a la callejuela que a su vez me llevaba a la cuesta empinada, que atajaba para la avenida y luego de allí a la casa de recogida. La cesta de mimbre ya empezaba a pesar algo más sin aún haberla cargado con la mercancía del castigo.

Caminaba por la calle con desgana, los vecinos estaban en sus puestos y sus huertos de puertas abiertas, era siempre así pero más aun con la festividad. Si normalmente había gente, hoy más. Ceromi si que hoy podría llegar a ser lo que era su nombre, pero era mi Ceromi, debía aun tener esperanzas de encontrarla, a él y al sabio, era seguramente con quien estaba caminando. El echo de sentir celos de que caminara con él me espabiló mínimamente y enfoqué a una casa con un enorme puesto de frutas. Tenia un buen surtido de peras, naranjas, limones, lechugas, tomates, pepinillos, calabazas… La desgana miró a la cesta de mimbre y me convenció de que ya no hiciera el recado, que me diera igual me castigaran de nuevo, de mandarlo todo a la porra.

Sin saber si lo que estaba a punto de hacer era lo correcto o no, decidí que lo mejor era echar cuatro cosas de ese puesto y entregarlo sin más. A la porra el castigo de los sabios.

Esa casa con ese puesto inmenso de frutas me dio la bienvenida con su majestuosidad, era impensable pudiera albergar tanto, normalmente no era así. Me acerqué al puesto y el frutero se dio la vuelta y cuando me vio con el cesto, se le puso los ojos como platos y a mí cara de circunstancias. Y luego habló.

– Buenos días, ¿qué te puedo poner? -Me preguntó el hombre que era algo más mayor que mis padres, y que por desgracia para mí, iba a darme problemas, había ido a ir a dar al peor sitio de todos.

– Póngame dos manzanas y dos peras por favor, y una lechuga grande. -Pedí con falsa amabilidad pero con auténtica angustia a Malcadio, uno de los grandes verduleros del reino y que fijo se chivaría a los sabios.

– ¿Sólo eso? -Preguntó con sorpresa.

– Sí, solo eso. -Solo pude decir eso, total, ya me había metido yo solo en la boca del lobo.

– ¿Tú no eres Maristo, hijo de Miseto y Membrea? -Me preguntó Malcadio. Me había reconocido, debía ser franco con él.

– Si lo soy, ¿por qué lo dice? -Respondí.

– Anda, trae ese cesto, hoy es tu día de suerte.

No entendía nada, pero le hice caso. Bordee el puesto de frutas por la derecha y me aproximé a él, y le di el cesto de mimbre. Malcadio desapareció por la puerta de la casa. ¿Quizás era su casa? Quizás andé más de la cuenta y si llegué a su casa. Di varios pasos atrás, los justos para salir de la casa, miré a ambos lados y si, efectivamente era su casa. En verdad si me había metido en la boca del lobo.

Volví a ponerme justo en el sitio donde le había entregado la cesta, y no tardó en aparecer Malcadio, esta vez con dos bolsas cargadas con frutas. No podía ver bien cuanto era pero me daba la impresión de que ahí estaba todo el pedido de los sabios. Era imposible.

– ¿Cómo te has quedado?

– Señor, no es lo que había pedido, me ha echado más de la cuenta. -Era auténtica mi sorpresa.- Ni siquiera sé si podré con tanto.

– Te estoy haciendo un favor hombretón, sé que vas donde mi hermano y que tenías que ir a por estas cosas para los sabios, así que cógelas por favor. -Habló todo resuelto, no esperaba un no por respuesta.

– En verdad si tenia que ir pero estoy mal por no haber podido disfrutar del festival. -Mentía, más mi pena era por Ceromi.

– Pues míralo como una oportunidad de acabar rápido y poder jugar y pasarlo bien. Corre, pasa, cógelo.

Bordee como pude el puesto de frutas y cogí las dos bolsas, pesaban lo suyo. Eran de fuerte tela, color mimbre, con las asas robustas. La cesta se la había quedado. Iba a preguntarle pero se me adelantó.

– Me hago cargo de la cesta, tranquilo.

– Gracias. -Fue sincera mi gratitud, me había ahorrado un paseo considerable. Por mi cabeza me pasó decirle que esperaba que esta vez fuese la última vez en hacerlo, pero callé y actué como un buen chico y me di la vuelta camino de la salida. En verdad si pesaban bastante las dos bolsas.

– Lleva cuidadito. -Logré escuchar decir a Malcadio, que debía estar haciendo algún gesto de despedida.

Ambas bolsas estaban repletas de cosas y a cada unos pasos, debía depositarlas en el suelo para tomar descanso, pesaban como si llevara metal en ved de fruta. Quizás me había colado dentro ladrillos o algo así, a punto estuve de mirar en el primer descanso, pero no lo hice, las volví a coger y seguí caminando de vuelta a la avenida. Ese buen hombre me había ahorrado todo un suplicio, de alguna manera me devolvió las ganas de acabar con el recado y ponerme a buscar por todo el inmenso reino a mi Ceromi.

Cuatro descansos necesité para llegar a la avenida principal, que seguía abarrotada de gente. Caí un poco en la cuenta de que ella debía estar también buscándome, y la avenida donde coincidíamos era el lugar donde más de una ocasión nos habíamos encontrado. Mis manos marcadas necesitaban un descanso así que me quedé de pie mirando a todas partes buscándola. Fue entonces cuando me vino el nombre del sabio saliente, la persona que estaba seguramente con mi Ceromi se llamaba Sebastiago. Ojalá estuvieran cerca.

No hubo suerte, pero mis manos se habían recuperado. Debía ir a casa con las bolsas y entregar el recado, así podría buscar mucho mejor. Después de cruzar la avenida, empecé a subir de nuevo la calle que iba a parar a la plazoleta de la fuente. De nuevo solté las bolsas de fruta y miré hacia atrás, la avenida ya estaba detrás mía, me quedaba cada vez menos, me daba ánimos pensar que ya acabaría. Al darme la vuelta, a lo lejos venía el hermano de papá, otro que estaba también enfadado conmigo. Cogí las bolsas y comencé a caminar como si nada, con la vista puesta al frente, mirando por detrás incluso de la fuente. Según iba andando, nos cruzamos pero no nos dijimos palabra alguna. Después de dos pasos de cruzarnos, mis ojos se fueron a la figura de una niña que miraba en mi dirección. Miraba hacia mí y yo hacia ella. Nadie se interponía entre nosotros y eso que había mucha gente. Hasta entre un millón de personas reconocería a mi Ceromi.

Estaba allí en el puesto de los padres, acompañando a alguien que estaba de espaldas. Pero la perdí de vista, se interpusieron entre nosotros. Me desplacé a la izquierda y pude de nuevo verla. Quería correr y abrazarla, lo deseaba demasiado pero el plan se iría al garete, era fundamental seguir el plan. Debía mantener la mente fría.

Como si nada seguí caminando a hacia casa. La dichosa tarea me separaba de mi Ceromi, debía acabar cuanto antes y ponerme en observación. Quien le acompañaba debía ser el sabio saliente, seguro. Llegué a la puerta de casa, deposité las bolsas en el suelo y miré a izquierda y a derecha, no había nadie mirando. Entonces cogí una de las bolsas pesadas con una mano y abrí con esa misma la puerta, debía hacerlo de ese modo para que apareciera el pasadizo al almacén de los sabios y no nuestra casa.

Debí hacerlo bien, porque no aparecí dentro de casa, sino en el pasillo de entrega de mercancías. Un hálito de alivio salió de mi, a veces pasaba que no lo hacía bien y tenía que intentarlo muchas veces.

El pasillo largo con ventanas a los lados me daba siempre la bienvenida en las tareas de recados. El interior muy iluminado no daba angustia, si paz, era un lugar tranquilo, de echo no se oía a la gente que momentos antes estaban charlando animadamente en la plaza de casa. A los sabios les gustaba la tranquilidad. Yo deseaba fuese la última vez estar ahí, quería entregar el recado e ir con Ceromi, lo más próximo que me permitiera el plan.

Un hombre vestido de finas ropas me esperaba al final del pasillo. Estaba tan ensimismado que no me había dado cuenta que me observaba desde hace rato. Nacistaro, el sabio más anciano de todos, vino hacia mi con paso armonioso. Cada paso me mataba, era tan solemne y tan lento que parecía como si el tiempo se hubiese ralentizado.

Por fin llegó a mi lado.

– Maristo, te estaba esperando, -sus palabras era serenas y afables- vas un poco tarde hoy, ¿qué ha sucedido?

– Nacistaro señor, buenos días, me quedé dormido y por eso vengo tarde. -Me expresé con familiaridad, ellos querían que los tratáramos así.

– Esta bien, no te preocupes, has echo el recado que es lo importante. Tarde pero lo has echo. Entrégame las bolsas por favor.

Le entregué las bolsas, las cogió con una fuerza increíble dentro de su delicada figura, debía tener muchos años pero seguramente si se lo proponía, podría levantar tres veces más de lo que le había entregado.

– Nacistaro señor, ¿podría abrirme el portal en mi cuarto?- Le pedí con ocultada impaciencia.

– Si claro, no hay problema.

Me aparté a la izquierda y el abrió la puerta por donde yo había entrado antes. Al otro lado salia mi cuarto aunque en realidad al otro lado había otro pasillo del castillo. Facultades de los sabios.

– Muchas gracias señor.

Atravesé la puerta y aparecí en mi cuarto. La puerta por detrás de mi se cerró y cuando la volví a abrir, no se veía el pasillo del castillo de los sabios, sino el rellano para bajar a la primera planta de casa. Bajé a toda prisa y fui directo a la ventana, quería ver si aun estaba Ceromi en la tienda de padres.

Cuando pude asomarme, allí ya no estaban. Sentí como una punzada de decepción en el pecho, de odio a todo y muchas cosas terribles, pero por el momento solo podía permanecer allí asomado, me había visto, fijo me había visto, Ceromi debía regresar a por mí. Calmarme era mi misión y aguardar a su llegada mi esperanza.

Esa plaza que semanas antes era puro encanto de tranquilidad hoy era puro tumulto a ratos intransitable a ratos tranquilo. Con ese desbarajuste y transito de personas, los padres no podían verme allí asomado de forma descarada, así no me harían ir a la tienda. Aún así me escondía los momentos mas tranquilos sin perder eso si de vista el lugar. Ceromi es muy inteligente, debe haberme visto, de alguna manera podré acercarme y llevármela conmigo.

La gente que iba y venia ninguno eran ellos, era yo ya un cúmulo de nerviosismo. La mala suerte se estaba divirtiendo a mi costa pero debía ser optimista, puedo pasarme todo el tiempo que quiera aquí. Quería volver abrazar a Ceromi, haría cualquier locura por volver a hacerlo. Sé que tengo que comportarme y ceñirme al plan a rajatabla pero no sé si estaré tranquilo si vuelve a aparecer.

Entonces apareció, a lo lejos subiendo por la calle acompañado de alguien, y empezó a latirme el corazón con fuerza inusitada. Iba con Sebastiago, el sabio saliente, seguro era él. Estaba muy cambiado, daba la sensación como si no quisiera que le reconocieran. A Ceromi le debió costar bastante encontrarle, no sé como se habrá podido apañar. Iban comiendo una manzana asada, el dulce que más le gustaba a Ceromi. Verlos así me dio un súbito ataque de celos tremendo, debía ser yo quien estuviera a su lado comiendo manzana asada y no ese.

Iban camino a la fuente seguramente a sentarse, sería el lugar ideal para que pudiera vigilarles. Aunque estaban lejos para mi estaban como a dos palmos, los celos no me permitían calcular bien las distancias. Si iban a sentarse allí podía dar por echo que mi Ceromi me había visto. Me escondí detrás de la pared, gatee por el suelo rápidamente hacia las escaleras y luego fui corriendo a mi habitación, los billetes de Metro me esperaban debajo de la cama. Nada debía salir mal esta vez, todo debía salir bien.

Fui directo debajo de la cama, levanté la madera que estaba cerca de la pata de la silla y ahí no estaban los últimos cinco que me quedaban. Entre en pánico, no recordaba donde los había dejado. Empecé a rebuscar por todos lados y nada, hasta que recordé la cómoda. La abrí y allí estaban. Sinceramente, si pudiera allí mismo me daba dos tortas bien dadas. Pero en ved de eso, los cogí y bajé de nuevo a la sala de estar. Gatee de nuevo y me puse al lado de la ventana. Me asomé, y allí estaban, sentados en la fuente. Seguro me había visto.

Me escondí de nuevo y allí observé los billetes de Metro. Estaban perfectos, conservaban su forma, así que funcionarían a las mil maravillas. Eran vitales, eran importantes, eran imprescindibles, debía tenerlos conmigo ahora hasta el final. Me los metí en el bolsillo y volví a asomarme.

Que envidia, seguían comiendo las manzanas, incluso Ceromi parece se lo está pasando bien con Sebastiago, tanto que me poseyeron como nunca los celos. Entre que no encontraba los billetes y los celos, me descentré de sobremanera y volaron por los aires todo mi poder de decisión. No podía soportarlo más, no podía permitir más aquello, me estaba volviendo loco, debía separarlos ya. Era un riesgo muy grande estando tan juntos ellos, solo esperar a que estuvieran algo distanciados, ese era el plan, pero…

Me situé detrás de la puerta que da la calle, y me puse un billete en cada palma de la mano, y luego apoyé las manos sobre la puerta y comencé a empujar fuerte como si tratara de evitar que la abrieran del otro lado. Cuando comencé a sentir el característico cosquilleo en las manos, di un ultimo empujón. Caí rodando al suelo.

Cuando me recobré, me di cuenta había conseguido pasar al Otro lado. Me incorporé y allí estaba, en Madrid, mi Madrid, la Madrid del día de Geno, tal y como había quedado ese día. Ubiqué a Ceromi y a Sebastiago. Yo los podía ver pero ellos a mi no.

Estando en el Otro lado yo podía hacer todo cuanto quisiera pues no me veían, acercarme era solamente caminar hacia ellos. Cada paso, la cara de felicidad de Ceromi se veía con más claridad, estaba disfrutando mucho de esa manzana. Justo a su derecha Sebastiago, comiendo otra, la que debía estar comiendo yo. Cuando los alcancé, traté de quitársela por rabia pero era evidente que no podría hacerlo. Sería por poco que estarían juntos.

Me situé detrás de Ceromi, dentro de la fuente aunque no me mojaba. Saqué un billete del bolsillo, lo partí por la mitad y dispuse un trozo en cada mano. Estaba loco de celos pero era consciente de que había que seguir con el plan, solo estaba adelantando acontecimientos. Pronto debía comenzar a rodear a Ceromi o los billetes dejarían de servir.

Puse los brazos a ambos lados por detrás de la cintura de Ceromi, debía ser rápido, pasar los brazos, rodearla por el vientre y tirar de ella hacia dentro, era cuestión de décimas de segundo.

Cuando sentí el característico cosquilleo, hice fuerza y conseguí que mis brazos atravesaran al otro lado. Rodee rápidamente la cintura de Ceromi, podía sentirla por fin, por fin podría tenerla en mis brazos. Solté uno de los trozos y el otro lo sujeté con ambos manos y comencé a tirar de ella. Sentí en ese momento un fuerte pinchazo en el brazo. Mientras iba haciendo hacia mi a Ceromi, pude ver claramente como Sebastiago era el causante del pinchazo, me había clavado una de sus agujas en el brazo.

Caímos los al suelo, Ceromi encima mía. Rápido se dio la vuelta y se plantó encima mía sin tumbarse encima. Estaba enfadada, mucho.

– Tonto tonto tonto, te has precipitado tonto tonto, -me insultaba una y otra vez -lo teníamos, lo teníamos y vamos a fallar por precipitarte.

Ceromi en verdad estaba enojada, demasiado. No quería ver su cara enfadada pero igualmente me gustaba, me gustaba ya tenerla conmigo. Quería cambiar esa expresión de su cara.

– Lo siento amor pero sentí muchos celos, no soportaba verte comer manzana asada con ese. -Por una parte estaba tranquilo pero por otra preocupado.

– Tonto mi tonto, solo tenías que esperar un poco que nos pusiéramos en pie y me podrías haber cogido. ¿Te encuentras bien? -Seguía con cara enfadada, pero algo menos. Debía decirle que el sabio me había clavado una de sus agujas.

– Si, estoy bien, pero me parece me ha clavado una de sus agujas.

Entonces se puso a llorar y se levantó, y luego me cogió de la mano y me levantó. Ambos miramos al sabio, estaba examinando el trozo de billete que había caído al suelo.

– Tonto mi tonto, estaba bajo mi influjo como ninguno otro, por eso me protegía demasiado… Pero tú no lo sabías. -Ceromi aún lloraba un poco.

– Lo siento cariño. -Solo pude decir.

No esperaba que lo hiciera, pero me cogió de la mano.

– Venga, vayamos a la estación antes de que nos haga efecto. -Me pidió ya algo más calmada. Comenzamos ir calle abajo, la misma calle abajo que baja a la avenida pero en el Otro lado. Miré a Ceromi, que cruzamos miradas. Tenía aun lágrimas en los ojos.

– ¿Me afectará el pinchazo del sabio? -Pregunté preocupado a Ceromi.

– No hablemos ahora, cuanto menos tiempo estés aquí afuera, mejor. -Era verdad, lo mejor para ambos era estar lo menos posible en la superficie de el Otro lado, la contaminación recluida podría afectarnos. Miré atrás brévemente y el sabio ya había desaparecido de allí.

Estábamos en el Reino, pero a la vez no estábamos. En verdad caminábamos en el Otro lado. El Otro lado y el Reino son todo uno pero ciertos lugares perdura oculto a los habitantes del Reino. Este lugar de perpetua tarde rojiza, de edificios altos, de autobuses parados, es la Ciudad de Madrid de hace siglos. Estábamos en mi ciudad natal tal y como quedó con la activación de Geno. Soy el único que vuelve aquí cuando se le acaba el tiempo en el Reino, es mi perpetuo punto de partida, mi hogar de eterno retorno. He vuelto innumerables ocasiones y nunca me hago a este lugar lúgubre que deja ver a las personas del Reino campar despreocupadas atravesando todo sin saber que hay contaminación acinada en este lugar. Ceromi es un caso aparte como yo, pero de otra forma.

A ella siempre le causa indiferencia, sin embargo a mi no, me oprime el pecho de sobremanera. Sin embargo, estando juntos de la mano como ahora, me reconforta enormemente haciendo que la opresión volara alto. Íbamos de la mano si, me hacía feliz si, pero quería más, mis ganas de abrazarla aumentaba a cada paso que dábamos, quería llegáramos a la estación solo por eso.

La contaminación es más espesa a más altura, siento el tope la cúpula a unos cincuenta metros. Cuanto más abajo, menos espesa es, así que el subsuelo es casi lugar seguro, pero mejor no permanecer mucho allí. Por eso nos dirigíamos sin distraernos mucho a la boca de metro de Lavapiés.

Aun nos quedaba un poco para llegar y sentía a Ceromi mas tranquila, ya no parecía estar llorando. Me gustaría saber que piensa, pero no podemos hablar ahora mucho. Afuera era medio día y se podía ver el Sol a lo lejos, pero era solo un Sol anaranjado que se dejaba ver entre la constante neblina alta de nitrógeno de oxígeno y todos los gases tóxicos confinados. Me preguntaba muchas veces cuando volvía aquí, si habría mas personas como yo que no pertenecían ni aquí ni allí.

Me sacó de estas historias Ceromi. -¿En qué piensas?

– Al pedirme que no habláramos, estaba así pesando en historias de tiempos pasados.

– Pensar nosotros en pasado es difícil… peor tú que siempre vuelves como a empezar… -y dejó la frase sin acabar, estaba claro que no quería que yo pensara en eso.

– Pensado en frío, sí, pero yo no quiero pensar en eso, es más, ¿no será peligroso si hablamos ahora aquí? Yo no es lo único que quiero ahora contigo… -Y lo dejé en el aire.

– Con un solamente «desde que estamos juntos no importa» abría valido… -Ceromi se enfurruñó un poco, no hacía falta mirarla a la cara.

– Desde que estamos juntos no importa nada este lugar Ceromín… -Logré decirla. Entonces se giró y me devolvió una breve sonrisa. Ya no sé si está contenta o enfadada.

Llegamos a la boca de metro de Lavapiés, bajamos por las escaleras que dan hasta los pasillos de entrada de la estación de Metro. Conforme íbamos bajando, la luz que se iba quedando atrás dejaba vía libre para que la oscuridad tomara la escalera. Más adelante sería todo oscuro, yo iría ciego del todo, pero con Ceromi todo será más fácil. Antes de llegar a la última escalera, antes de que ya la luz de la calle no alumbrara, aproveché un descuido de Ceromi, que iba a mi derecha, para cogerla de sorpresa y abrazarla.

– ¿Cuánto más me ibas a hacer esperar para abrazarte? -La susurré al oído.

– Lo extraño es que esperaras tan a dentro y estar casi a oscuras para hacerlo. No te reconozco Cente, ¿te ocurre algo? -Me preguntó con una voz tan tierna que me hizo estremecerme.

– Mejor no dejar volar todo lo que te deseo… -Solo la pude decir. -Te he extrañado mucho.

– Yo también mucho. -Y tiernamente nos besamos fundiéndonos en un fuerte abrazo de puro deseo, era tanto lo que nos necesitábamos… no teníamos forma alguna de controlarlo, se prolongó un tiempo que eterno se quedaría corto.

Nos olvidamos por completo de todo, y no sabemos muy bien como, caímos en la cuenta ambos de que teníamos que seguir. Dejamos de besarnos, nos cogimos de la mano y alcanzamos el último peldaño de las escaleras. La oscuridad imperaba y como era de esperar, yo no veía nada pero Ceromi que seguramente se iba despertando sus sentidos, seguro veía como si todo estuviera iluminado. Me dejé llevar por ella.

– Sebastiago debe estar yendo ahora a donde estuvimos descansando a recoger las cosas del sabio… debe estar pensando en hacer una puerta… ¿Allí que estación había?

– Legazpi. -Respondí a Ceromi. -Queda bastante lejos de aquí, ¿crees nos dará tiempo?

– Todo depende como oscile el tiempo… hasta la sincronización de mañana. -Tenía razón, el tiempo aquí a veces va más rápido y a veces más lento.

– Hablando de sincronizar, recuerda que sonará Wrong justo cuando suceda. -La recordé convencido de que ella no recordaba ese detalle. -No vamos a dejar nada esta vez a su suerte.

– No lo vamos a dejar Cente, todo está yendo de maravilla… solo me preocupa el pinchazo del sabio. -Ceromi ahora estaba más serena, calmando también mi corazón.

Sebastiago me había aplicado una de sus agujas, seguramente me hará efecto y quizás me quede echo un vegetal o vete a saber, nunca nos había sucedido algo así pero siempre nos pasa algo. Seguro por eso lloró Ceromi.

Pensé en ese detalle y cuando nos detuvimos y sentí como se agachaba Ceromi, aparté de mi pensamiento lo sucedido. Se incorporó y me puso en mi mano derecha mi móvil, podía sentirlo pero verlo nada. Traté de encenderlo pero no hacía nada en absoluto. Se quedó sin carga de la última vez que lo utilicé.

– Ceromi, tenemos que volver atrás y sacarlo del escondite, ¿vamos?

– Es verdad, que cabeza, y hemos pasado casi al lado.

Estábamos centrados en todo cuanto teníamos que hacer, todo estaba calculado al milímetro, pero también las emociones nos desbordaron y pasamos por alto revisar el escondite. Nos dimos la vuelta en toda la oscuridad del pasillo del metro y comenzamos a caminar, una vez más me dejé llevar por Ceromi.

– ¿Recuerdas lo que nos costó encontrarlo? -Le pregunté a Ceromi.

– Lo recuerdo si, pero mejor no hablemos de eso… -Ahí hizo una pausa. Esa parte es dolorosa para nosotros, no sé por qué he ido a hacer recordar. Reaccioné rápido y cambié de conversación.

– Bueno, vamos a por ello y llevemos el móvil a un sitio donde lo pueda ver. -Mis manos las agitaba en el aire como intentando disolver el mal recuerdo.

– ¿Iremos juntos a dejarlo? -Me preguntó con voz muy dulce.

– Si, luego yo volveré tan rápido como pueda a Lavapiés a esperarte.

La luz de la calle que aparecía visible a lo lejos llegaba más apagada que cuando entramos, debía ser bastante más tarde de cuando comenzamos a bajar las escaleras.

– Menos mal Ceromi que ves aquí abajo sino… -Dejé ahí las palabras y subimos por las escaleras.

De nuevo en la calle, debíamos buscar un coche, el único que había por la zona. En uno de los asientos estaba escondido el cargador. No hacía falta esconderlo mucho, los objetos no son nada para los que están afuera así que nadie lo encontraría.

La gente que del otro lado transitaba, lo hacía como si fuésemos fantasmas imperceptibles, ellos no nos percibían en absoluto. Andaban muy muy despacito, así que el tiempo ahora avanzaba afuera a velocidad muy lenta.

– Que sensación da que la gente ande y te atraviese como si nada. -Y comenzó a señalar a los dos personas próximas a nosotros.

– Y más que vayan así tan despacito. -Y nos cogimos de nuevo la mano. Comenzamos a caminar en dirección al coche, que estaba a escasos ochenta metros de la boca de metro. Afuera seguía siendo de día parece. La gente afuera a veces caminaba lento, otras muy rápido, el tiempo estaba oscilando de una manera descontrolada. -Cuando encendamos el móvil hay que ponerlo en hora, ¿crees funcionará el servidor?

– Si no funciona, el satélite debería darle la información, por eso no te preocupes Cente.

Las dos personas habían avanzado escasos dos metros. Ver a la gente caminar así hace que la extraña sensación de que todo cuanto nos rodea se escapa de lógica te invada, así que agarre aún más fuerte la mano de Ceromi.

Llegamos al coche, la gente caminando lo atravesaba como si no hubiera nada allí, pero nosotros podíamos abrir las puertas perfectamente. En el asiento del copiloto estaba el dinamo con el cable USB para poder recargar el móvil. Lo conectamos y empecé a girar la dínamo.

– En cuanto coja algo de carga, podremos encenderlo y activar la linterna.

– Si, y no se nos olvide activar el GPS, que sino tendremos problemas. -Señalé la parte donde se podía activar.

– Es cierto, que buena memoria tienes Cente. -Respondió mi amada Ceromi con alegría.

Dimos la vuelta, Ceromi sujetaba mi móvil y yo giraba la dínamo. Teníamos de nuevo meternos en la boca del metro, esta vez caminar todavía mucho más adentro.

– No lo gires muy rápido o boquearas el móvil. -Me dijo Ceromi.

– Así despacito debe ser suficiente pienso.

Ambos íbamos caminando y mirábamos fijamente la pantalla por si daba algún signo de vida. No debemos olvidar que ya tiene sus años y que funcione todavía es un milagro. De pronto vibró un poco y la pantalla se encendió y como sincronizados los dos soltamos un soplido de alivio. Era una cosa menos que atender y una cosa más conseguida.

Caminando embelesados mirando mi móvil como si dos chiquillos hubieran encontrado un gorrión herido y lo llevaran en las manos, así llegamos a la entrada de la boca de metro. Yo no paraba de girar la dínamo, tenía que coger tanta carga como pudiera, debía de aguantar todo lo que pudiera, que iba a tener que ser mucho. Allí Ceromi se paró, miro alrededor, luego me miró a mí, me devolvió una sonrisa de felicidad y luego comenzamos a bajar, a bajar a esa oscuridad donde solo ella podría guiarme.

Habíamos caminado un poco por dentro de la estación, habíamos pasado el lugar donde habíamos tomado el móvil, y decidimos que era el momento de probar si iba bien la linterna.

– Ahora si podré ver. -Estaba contento de que funcionara, Ceromi mientras apuntaba a un lado y otro con la linterna.

– Y sigue alumbrado como el primer día, es una pasada. -Ceromi estaba también contenta.

– ¿No te hace daño? Ahora que se deben estar despertando… ya sabes…

– Nada, ningún daño, no me estorba lo más mínimo.

– Apaguémoslo de todos modos, que cuanto más carga tenga mejor. -La conteste mientras yo seguía y seguía dándole a la dínamo.

Ceromi manipuló mi móvil apagando la linterna y también la pantalla.

– Oye, he caído en la cuenta, ¿y como volverás? -Me preguntó.

– ¿Recuerdas? Esta dinamo tiene también linterna. -Toqué un conmutador que tiene al lado y el móvil dejó de recibir carga, ahora se alumbraba con el led de la dinamo. Le di de nuevo y volvía a darle carga al móvil. Tenía un cinco por ciento.

– Ya ni me acordaba, menos mal que estás en todo.

– No es para tanto. -Repliqué con sinceridad.

Teníamos que caminar un buen rato por la vacía estación de metro hasta poder llegar al andén. Ceromi me guiaba en todo, allí a oscuras no habría podido avanzar apenas dos metros. Ceromi llevaba el móvil en su mano izquierda, iba a mi izquierda y me llevaba a todas partes cogido del brazo indicándome, ahora aquí un desnivel, mira aquí una silla, cuidado con este escalón, siempre con mucha ternura.

– Ya hemos llegado al anden, un brinquito y podremos caminar por la vía. -Me advirtió Ceromi con tono gentil.

– Lo de brinquito ya veremos, que no es tan pequeño como pueda parecer.

– Bueno vale, deja por un momento de darle a la manivela y enciende la luz, así veras mejor.

– Por qué no mejor bajas y desde abajo me alumbras.

– Vaale. -Contestó Ceromi. Desconectó la dinamo del móvil, me soltó del brazo y sentí como bajó. Una vez abajo la luz tenue de la pantalla alumbró su cara y sus manos, hizo varios gestos con ellas, y luego la potente luz led de atrás alumbró todo aquello como si un faro de alta intensidad se tratase. -Venga cobardica, salta.

Me había dejado justo al borde del anden, un paso más y me habría precipitado a la vía.

– Ya sabia que no era un saltito. -Y salté hacia la vía del tren. En otra época nos habrían seguramente llamado la atención, pero ahora allí solo estábamos nosotros dos. -¿Ahora para dónde? -Me aproximé a ella y se puso a hurgar el móvil.

– Veamos si el GPS funciona. -Contestó.- Apago la linterna Cente, antes dame el cable, y sigue dándole al manubrio.

Le di a Ceromi el cable, lo conectó y seguí dando a la dínamo. El móvil pitó avisando que volvía a cargarse. Apagó la linterna volviéndose de nuevo a tornarse toda la vía del tren oscura. De nuevo Ceromi sería mi guía. No hizo falta pedírselo, me cogió del brazo y comenzamos a caminar.

– Baja el brillo de la pantalla que sino se comerá lo poco que se ha cargado. -Pedí a Ceromi.

– Ah, sí, la bajaré. -Accedió por los menús y bajó el brillo del todo. Ahora se la veía menos la cara que antes.

Ceromi sabía de sobra por donde debía de ir, pero el sabio saliente no lo iba a saber así que era vital que mi móvil allí abajo pudiera indicarle el camino.

– ¿Funciona? -La pregunté.

– Parece que si, levemente pero si. -Respondió con alivio, y luego apagó la pantalla.

– Geno es potente que hasta aquí abajo llega, ¿eh?

– Tiene poder sobre todo, como no iba a funcionar aquí abajo, que cosas dices Cente. -Me espetó Ceromi.

– Tienes razón, que cosas digo. -Y seguí moviendo la manivela del dínamo.

Estando allí abajo a solas paseando del brazo no era todo lo idílico y romántico que podíamos esperar, pero tenía al menos el palpito que seria la última vez que estaríamos en esa situación, y con esta van ya…

– Ceromi, ¿saldremos del reino después de esto o nos quedaremos por aquí? -La pregunté mientras seguíamos caminando.

– Nunca hemos salido del continente, ¿qué te parece bajar hacia el sur y echarnos al mar? -Ceromi estaba todo decidida.

– Me gustaría mucho, nunca he visto el mar, tiene que ser muy bonito. -La dije ilusionado de verdad. -Ya me veo allí, si me sigues contando y no vamos, me va a dar un buen disgusto.

– Las olas, el amanecer y el anochecer, la arena de la playa, mojar los pies… -Siguió describiendo su deseo como si no me hubiera escuchado.

– Ceromi no sigas que empiezo a ponerme malo. -Se lo decía bromeando, pero en verdad mis sentidos ya me estaban llevando a un lugar así, estando allí a oscuras caminando del brazo me estaba trasportando, tanto que dejé de darle a la manivela y la pantalla del móvil se encendió. Ceromi lo miró.

-Increíblemente lleva un cuarenta por ciento… Debemos estar en una fase donde el tiempo va mas rápido… O eso o es que le estás dando toda la energía de tus brazos. -Su tono de voz divertida hizo que comenzara de nuevo a darle a la manivela.

– Seguramente mis poderosos brazos tienen toda la culpa. -La dije todo orgulloso. Y nos echamos a reír, una risa que resonaba por aquel túnel subterráneo.

Ir del brazo con Ceromi me hacia feliz, no podía accionar bien a la manivela pero no importaba tanto, como tampoco importaba tanto el echo que quizás quien sabe, dentro de unas horas de allí abajo yo cerrara los ojos.

– Si esta vez conseguimos extraerlo con éxito, ¿ya no tendremos que vernos con los sabios?

– ¿Que parte del plan playa, una isla para los dos y que no nos moleste nadie no has entendido bien Cente? -Y me agarró con más fuerza del brazo.

– Si me lo dices así tan directo y con esa fuerza tan fuerte, no me quedará más remedio que creerte. -La dije con un leve quejido de dolor, en verdad no se controlaba las fuerzas.

– Ah, lo siento Cente, aflojaré un poco. -Y me soltó algo del brazo, estaba claro que cada vez estábamos más cerca del momento de la sincronización.

– Voy a seguir dándole al Cinexin un poco más que creo ya debe estar casi cargado.

Y no estaba muy equivocado porque sonó un tono en el móvil dando el aviso de que estaba llena la batería.

– ¿Lo desconectamos? -Pregunté a Ceromi.

– Es viejito, pienso mejor que hasta que no lo dejemos, irle dándole energía así no se quede a cero.

– Vale, le daré mas despacito entonces, ya sabes que está delicado el pobrino. -Y seguí dándole a la manivela.

Se quedó un rato callada y yo ese silencio de pasos allí abajo y esa completa oscuridad al acecho como si quisiera hacernos daño me pedía abrazar a Ceromi, de hacer algo más por ella que estar ahí cargando un móvil y solo cogida del brazo. Entonces opté por desconectar el móvil y meter en el bolsillo la dínamo. Ceromi se dio cuenta.

– ¿Que haces Cente?

– Se que ves a oscuras así que no te va a pillar de sorpresa.

Entonces la solté del brazo, me puse detrás de ella y a oscuras como pude, la cogí como una princesa. No contaba con que su peso no era precisamente la de una joven princesa.

– ¡Cente que haces, te vas a hacer daño! -Me dijo algo alterada.

– Correré con el riesgo. -La dije todo resuelto.

No iba viendo nada, pero caminaba con ella con gusto. Me pasó su mano derecha por detrás del cuello y puso su cabeza sobre mi pecho.

– Te quiero mucho mi tontito. -Me dijo Ceromi.

– Yo también mucho Ceromi.

Seguimos caminando por los túneles del metro, a oscuras tenía de guía lo que me iba diciendo Ceromi que por cierto, ahora si estaba más habladora que hace un momento.

– Espero que no se me caiga el móvil, sino para que queremos más.

– ¿Lo tienes bien sujeto?

– Si, por supuesto. Es que lo necesitamos. Bueno, el sabio, que yo me oriento bien aquí abajo.

– Es lo que tiene ser la máquina exterminadora de sabios salientes que se despierta cada cien años…

– Sabes de sobra, – dijo con falsa seriedad,- que es por ti tontito, para que puedas dejar de volver a este sitio cada vez que mueres en el otro lado y que me dejas solita.

– Pero siempre nos encontramos y volvemos a estar juntos.

– Pero vuelves a hacerte mayor y envejeces y vuelves a morir…

– Y vuelvo otra vez para volvernos a encontrar…

– Sí…

Y ahí lo dejamos, un rato estando en silencio los dos.

– Sabes que quizás… No acaben aquí los problemas… Ese pinchazo quizás me haga algo irreversible. -La dije calmado y sereno.

– Vamos a por todas,- me dijo Ceromi -conseguiré tomar como sea de Sebastiago eso y te lo daré.

– Quiero vayamos a esa playa que me has dicho. -La dije con mucha ternura.

– Te llevaré. -Me dijo también con mucha.

– Siento haberme precipitado.

– Yo en tu lugar abría echo lo mismo. -Me contestó Ceromi.

Seguí un buen rato a oscuras caminando con Ceromi llevándola así. Las vías del suburbano las teníamos a ambos lados, iba justo por el medio. Ceromi iba aun apoyada con la cabeza en mi hombro, indicándome ahora izquierda, ahora derecha, ahora cuidado con la vía del tren, ahora cuidado con la familia de patos que se esta cruzando… Tenía esos momentos divertidos ella, me hacia reír mucho.

– ¿Desde cuando una familia de patos podría cruzar la vía del metro? -La pregunté con falsa molestia de haberme engañado.

– Desde que pueden comprar el pase de un mes para viajar, ¿no sabías que podían hacer eso? Cuidado que te estas acercando demasiado a la vía derecha.

Corregí la trayectoria y la seguí preguntando.

– ¿Y pueden sacar descuento por familia numerosa?

– Presentando el libro de familia, la tabla de multiplicar del ocho y la del dieciséis, sí, y puede acceder a una bonificación extra si presenta la declaración de la renta.

– Ahora me entero que los patos saben hacer la declaración de la renta.

– Desde mil novecientos noventa y ocho tienen que presentar la contributiva. -Razonó de forma muy seria. Pero acto seguido nos reímos mucho.

Seguí caminando con ella en brazos, me notaba ya cansado y creo ella me lo notó.

– ¿No estás cansado? -Me preguntó aunque seguramente sabe perfectamente como me encuentro.

– Un poco. -La contesté.

– ¿Quieres te lleve yo? -Me preguntó.

– Sí. -Dije sin pensar mucho.

Me detuve a oscuras del todo y bajé a Ceromi al suelo. Sentí en ese momento un alivio considerable, Ceromi pesaba una barbaridad. Espero no sepa que lo estoy pensado o se pondrá echa una furia.

Ya ella en pie, me entregó el móvil, le desbloquee y busqué en el menú la linterna. Cuando vi claramente a Ceromi, me situé a su espalda y me subí a caballito a si espalda. Con una facilidad pasmosa echó a andar como si nada, debe tener súper fuerza ahora, seguramente no nota casi nada mi peso. Entonces comenzó a caminar y yo apagué como pude la linterna. Ella seguro irá mas rápida que cuando yo la llevaba.

– Cuando va pasando el tiempo y te vas haciendo mas grande, quien tiene que llevar a quien eres tú a mi. Tenía ganas de llevarte yo. -Ceromi me había entregado un deseo que nunca había pronunciado.

– Si lo conseguimos… Me quedaré así. -Solo pude decirla.

– Seguramente te quedaras así, si. Y ya no tendré interés en escuchar a control ni tampoco tendré que mancharme de sangre ni recibir capacidades que no quiero y menos aun tener que perderte y quedarme sola.

A pesar de que empleó un tono más bien neutro, la notaba triste, incluso sentí caer en mis manos lágrimas.

– Nunca he oído la voz de control. -Sólo pude decir.

– Es pedante y eso hace que sea difícil prestarla atención, pero si no es por ella, no habríamos ido viendo en que fallábamos.

Control es la fábrica donde nació Ceromi cuando Geno se activó cuando todo esto, cuando el mundo cambió. Quité de mi pensamiento eso y recordé a los patos y su pase el metro.

– Ceromi, recuerda que tengo que darte las entradas de metro y debes ponértelas y también recuerda…

– Si si, -me interrumpió- que no tengo que salir de la bóveda con la cola extendida o lo micro perforaré y se escapara la contaminación.

– Esa es mi chica, que lo recuerda todo. Ya verás, esta vez saldrá todo bien.

– Claro que si Cente. -Y empleó toda la alegría que pudo para darnos ánimos.

Seguimos caminando un buen rato charlando de nuestras cosas.

– ¿Crees habremos llegado a Legazpi? Espero el sabio no nos haya ganado la delantera. -Pregunté con ligera preocupación.

– El próximo anden será. -Contestó muy resuelta.

– No puse en ningún momento dudas de que lo estabas controlando. -Y la saqué la lengua.

– Como me saques la lengua, te suelto de golpe. -Soltó rápidamente.

– ¿Te acuerdas cuando «padres» nos presentaron? -Recordé el momento al sacarle la lengua.

– Claro que me acuerdo, fue en el año cero de la era de los sabios, me dijiste que era fea y que no me querías. -Lo soltó de carrerilla, como si lo tuviera aguardado ahí dentro y tuviera ganas de sacarlo desde hace mucho.

– Después de eso me diste un bofetón que casi me arrancas la cabeza. -Puse tono de que era culpa suya.

– Aun estaba con los efectos, ni habían pasado tres días que despaché al sabio de esa época. -Razonó como si la culpa fuese toda mía.

– Y yo que iba a saber que tendrías la fuerza de Terminator. -La reproché.

– Si sigues así puede que tu culete toque tierra. -Me sentenció. No la gustaba que la atacará con eso ni aun en broma.

– En verdad no quisiera me tiraras. Estoy muy a gusto aquí. -Y la abracé más fuerte.

– Me gustaría… dar los últimos pasos de la mano… Y me ayudaras a ponerme los billetes y practicáramos.

Presiento que estamos cerca de nuestro destino.

– Bájame por favor. -Pedí a Ceromi.

Se detuvo y me bajé, luego me puse a su derecha y nos cogimos de la mano.

– Ya estamos cerca. -Me dijo.

– Tenemos que dejar a la vista el móvil con la luz hacia arriba. -La recordé.

– Si…

Notaba a Ceromi afectada. Yo también lo estaba.

Caminamos un buen rato sin mediar palabra. En verdad se acercaba el final de nuestro viaje juntos. De nuevo nos tendríamos que despedir. El plan lo sabíamos de sobra. No había necesidad de repasarlo.

Llegamos al andén de la estación de Legazpi, seguíamos a oscuras en total, solo ella seguía viendo. Me fue guiando de la mano en todo momento, a la hora de salvar el anden, y a recorrer los pasillos hasta que llegamos al sitio idóneo donde dejarlo, era imposible que Sebastiago no fuese a verlo.

Empecé a sentirme débil, mezcla de cansancio y como si me diera sueño, y allí contemplando el móvil boca arriba con la luz encendida, se lo iba a decir.

– Te esta haciendo efecto la aguja de Sebastiago… -Ceromi lo estaba notando.

– ¿Crees que moriré? -Pregunté.

– Quizás haya una posibilidad, de que aunque el corazón se pare, puedas de nuevo… Volver a la vida… Pero quizás sigas como en coma hasta encontrar el remedio… No lo sé bien… Espero sea así… -Ceromi quizás consultó sin decirme a la central y por eso es que sabe tanto.

– Entonces hay una posibilidad de que muera…

– Posiblemente al estar aquí abajo donde sueles volver cuando… Se te acaba el tiempo, termines por volver… Pero y si llego tarde y la gelatinita se ha endurecido… Ahora es cuando más cerca lo tenemos… -No daba una explicación convincente, estaba echa un lío, quizás no consultó a central y es lo que piensa ella.

– Sea lo que elijamos, estamos no del todo bien.

– Así es. -Estaba seria y triste.

– Dijiste antes ir a por todas. Vayamos a por todas. No hay vuelta atrás, tenemos que seguir adelante Ceromi. -La dije muy seguro de mi.

Entonces Ceromi se acercó y me dio un beso en la mejilla. Yo le respondí con otro y nos besamos. Confío en ella, seguramente podremos ir a la playa como me prometió. Así que la cogí de las manos.

– Ahora que puedo ver, aprovechemos a practicar para que puedas salir de la cúpula.

– Si es verdad. -Me contestó.

Saqué los billetes de metro, le di dos de ellos y ella se sentó, y se los colocó dentro del calzado, en la parte del talón. El tercero debía ir en la parte del cuello por la parte de atrás. Se levantó y medio la espalda, se echó el cabello para un lado y traté de buscar una parte de la prenda de vestir donde ponérselo, pero no había forma de sujetarlo.

– No tenemos nada a mano con lo que poder sujetarlo. -Ya había otro nuevo problema que solucionar y eso se notó en mi tono de voz.

– Doblado no vale. -Me preguntó.

– No, no vale, tiene que ir recto.

– ¿Y si lo cogemos con un imperdible?

– Si valdría.

– Entonces haré una cosa. Date la vuelta por favor. -Me pidió. Sin rechistar y me di la vuelta. Estaba mirando al otro lado del pasillo, la luz del móvil era potente e iluminaba el pasillo de la estación de metro con bastante claridad. Al final se veía otro móvil como el mio. Seguramente los sabios lo dejaron ahí por descuido, en su momento limpiaron absolutamente todo lo de abajo. Visualizando más del entorno, por detrás se escuchaba a Ceromi como si se desvistiera. Se hizo el silencio y acto seguido volvió a sonar como si se vistiera.

– Ya, date la vuelta.

Me di la vuelta y en las manos tenía la parte superior de la rompa interior. Me ofreció el imperdible con el que seguramente se lo abrochaba. Lo cogí y se dio la vuelta. Ahora si podía sujetar el billete con el imperdible. Yo sentía calores y sudores, no sabia si era por el efecto del pinchazo o por ese momento que estábamos teniendo. Pasé el billete por la parte de atrás del cuello y sujeté el billete por dentro de su vestido.

– Ya está, puedes darte la vuelta. -Pedí con amabilidad a Ceromi.

Se dio la vuelta y me ofreció la parte de ropa que se había quitado. No era momento de hacer preguntas, solo acatar ordenes. Lo tomé, lo doblé con cuidado y lo guardé en mi bolsillo. Era una suerte que ese vestido no fuese traslucido. Aunque allí abajo no se notaría casi nada.

– Explícame como se hace. -Me pidió Ceromi, podía notar que estaba un poco avergonzada.

– Vayamos a esa pared que está libre. -La señalé con el dedo una que no tenia sillas. Una vez allí comencé a explicarla como debía hacer.

– Debes ir hacia atrás y notar como algo te impide seguir avanzado, eso significa que estas en contacto con la cúpula, entonces aplicas los talones y luego la espalda y esperas a que te haga como cosquillas, y entonces aprietas con fuerza y podrás al cabo de un rato traspasar la cúpula y pasar al otro lado. -Según la explicaba como hacer, ella repetía mis gestos, estaba haciéndolo exactamente como le decía. -Así, muy bien.

– Si va todo bien, estaré sacándote en brazos mañana de aquí Centeno mío. -Me miraba según iba terminando de poner en practica los pasos.

– Espero que sea así Ceromita mía. -La contesté. -Estoy sintiéndome muy mareado. -Logré decir, momento después me abandonaron las fuerzas y me fui al suelo, tornándose absolutamente todo negro.

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Puede que no siempre hagamos lo correcto, pero seguro que tampoco estamos totalmente equivocados.
Somos la significancia insignificante en un mundo que es más pequeño de lo que parece y más grande de lo que es.

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