Relatos

día dos

El intercambio de anécdotas entre el sabio saliente y el hombre a quien ayudó a reparar la rueda de su carruaje se prolongó demasiado, no recordaba haber disfrutado de una conversación y un tiempo tan distendido y sin preocupaciones en muchos siglos, sin el estrés de buscar una solución a todo cuanto había entrado por sus oídos y procesado su cerebro. Desde luego será algo que recordará mientras viva, y eso es mucho decir de alguien con siglos de vida.

Se despidieron en la entrada del hostal con un fuerte abrazo y con un hasta otra, y mientras el sabio saliente se quedó en la entrada, el hombre del carruaje comenzó a caminar en busca de su trasporte. Aquella estrella que de brillante no se puede mirar directamente, por encima de todos ellos los observaba, colgado del centro del cielo indicaba al sabio que aún quedaba cerca de seis horas de luz. Sin normas estrictas que cumplir ni nada que le atara, podría dedicarse de nuevo a ir sin rumbo por el reino, disfrutando de las gentes, del lugar. Pensaba sacarle provecho a tanto tiempo como pudiera, eso si la sensación de sueño se lo permitía pues la noche en vela quizás le cerraran los ojos antes de tiempo.

Los sabios con todos los aspectos de su vida, estrictos siempre eran, inclusive los horarios de sueño. Un sabio con una mente despejada y descansada puede escuchar, entender y ejecutar de forma clara y concisa, debía cumplir a raja tabla esta y otras normas si quería ser de utilidad. Sin embargo, a un sabio saliente nada de eso ata, como tampoco ata sus pasos, libres también de toda norma, eran también cortos y pausados, disponía para si el tiempo y el espacio del que hace siglos no. Empezó a recorrer los aledaños del hostal donde se hospedaron, y la sensación de incredulidad le invadía de nuevo, estaba concurrido de gente de todo tipo y de todas partes. Su algarabía sin descanso y la música eran sensaciones inauditas que aportaban inauditos matices por cada rincón del reino que decidía asomarse.

Sus pasos le habían dejado ya bastante apartado del hostal, y decidió sentarse apoyado en un árbol en una plazoleta donde la gente danzaba alrededor de un alto nogal. Empezó a recapitular si alguna vez en su larga vida había visto celebración igual. Por infinidad de motivos, habían celebrado incontables fiestas, festivales, banquetes y otros actos públicos en el reino, pero con la emoción que se estaba viviendo aquella, con gente por doquier danzando, riendo, pasándolo bien y con ese estado total de relax, nunca. Era bonito ver tanta celebración y lo disfrutaba, y sentía orgullo profundo ver que todo trascurría dentro de un orden y con cordialidad, pero el total desdén de todos los quehaceres diarios estaba sucediendo a su alrededor, como lo de la rueda del carruaje, aquella parte dentro de sí que ansía el orden por encima de todo, le decía que si se prolongaba demasiado aquel jolgorio, podría causar algo indeseable.

No quería el sabio saliente que pensamientos así enturbiara un momento tan especial, no habría tenido significado alguno el esfuerzo de teñirse el pelo y pasar desapercibido, ni tampoco podría solucionar más cosas de las que ya había hecho a lo largo de siglos de vida, por lo que decidió levantarse y proseguir su paseo sin rumbo por la ciudad.

Se sentía con sueño, y quizás eso, pensó, era lo que le hacía pensar de forma negativa, cuando en realidad estaba disfrutando mucho de todo el festival. Conforme caminaba y se iba cruzando con distintos grupos de personas, se percató de una pequeña figura a lo lejos que caminaba sin ningún tipo de acompañamiento. Esa pequeña figura quieta iba tomando forma de un niño pequeño que miraba a un lado a otro, mirando a las personas que había a su alrededor. El sabio saliente observó en sus manos, un pequeño monedero, parecía de mujer.

El sabio saliente escudriñó primero antes de tratar de saber de primera mano que sucedía. El niño parecía tímido y solo pasaba la mirada entre los demás, trataba sin preguntar, encontrar a alguien. El sabio pronto elucubró, mirando al rededor, y mirando al cielo, se dio cuenta que para poder ayudar al crio el tiempo que quedaba no estaría de su parte.

El muchacho que vio acercarse a esa persona de pelo corto y castaño no trato de huir, más bien vio la salvación en esa persona que se acercaba a él. Mantenía cara de preocupación y mezcla un poco de tristeza, el sabio comenzó preguntando que le sucedía y echando rodilla a tierra pudo saber que el chico, tratando de encontrar a la dueña del monedero que tenía en sus manos, se había separado de sus padres y no los encontraba tampoco a ellos. El sabio saliente pudo hacer sus cábalas después de formular preguntas sencillas y concisas, obteniendo información más que suficiente para poder determinar que hacer. Determinó que el chico no era del lugar, no le resultaba familiar ni el nombre de su familia ni tampoco el estilo del monedero que portaba en las manos.

Agarrado de la mano del crio, el sabio saliente y el chiquillo comenzaron a caminar, tenían un largo recorrido que remontar hasta donde, según había determinado el sabio, había perdido el niño a sus padres. Le veía aun triste y compungido, así que decidió tranquilizarle narrándole una vieja historia y contestando si le interrumpía con sus preguntas.

Pasaron por delante del hostal, oteó el horizonte y vio que aun habría luz para largo, pensó también que caería rendido de sueño y que si estaba aguantando era por la necesidad de reunir al chico con sus padres. Le preguntó al niño si estaba cansado y le dijo que algo si estaba, pero tenía ganas de encontrarse con sus padres y que trataría de aguantar como pudiera. Al estar cara a cara con él, pudo comprobar mejor que los rasgos del niño, su acento y su vestimenta, no le resultan los típicos de los habitantes del reino al sabio saliente, una pista casi determinante de cara a encontrar a sus padres si no estaban donde decía haberlos perdido de vista. Si bien el bullicio y la multitud de personas no pondrían las cosas fáciles, eso a él no le no me amedrentaba, así que con mucha determinación volvió a coger de la mano al niño y pusieron marcha despacio.

Encontrar allegados extraviados en el reino, ya sea de tránsito o lugareños, no era la primera vez que se encargaba de ello, tras de sí el sabio saliente tenía toda una amplia lista de tareas muy parecidas resueltas y esta vez sería una más de las que completará con éxito. Aun queriendo y tratando de desentenderse de las formas de sabio, le salía de dentro poner empeño por encontrar a los padres del niño que caminaba a su lado de la mano.

Serpenteando entre las personas que encontraban por el camino consiguieron llegar a la plazoleta donde el niño había encontrado el monedero en el suelo y donde perdió a sus padres. El sabio saliente preguntó primeramente si recordaba fuese este el lugar a lo que respondió con un sí muy claro. El muchacho miraba para todos lados sin soltar la mano del sabio, y él trataba de llenar la mirada los lugares que pensaba que el niño no lo hacía, pero ni uno ni el otro encontraron rastro de las personas que andaban buscando. El sabio entonces volvió a echar rodilla a tierra tratando de ponerse a la altura del niño y le preguntó si estaba dispuesto a acompañarle donde cree él que seguramente estarían acampados, que era un lugar algo alejado y que habría que andar mucho. En niño, sin dudarlo ni un momento dijo que si, a lo que este le acaricio la cabeza con su mano derecha y le dedicó un buen chico con mucha dulzura. Al verle tan pequeño, pensó que parecía imposible que aquella personita hubiese llegado tan lejos por sus propios medios y no pudo reprimir preguntarle si se había dado cuenta se había desplazado tanto recorrido y el chico no pudo dar respuesta. Entonces se puso en pie, cogió de la mano al zagal y juntos comenzaron a caminar en dirección a donde él pensaba que podrían estar.

El chiquillo le estaba cogiendo simpatía al sabio saliente y hablaba con él con naturalidad, como si amigos fuesen de muchos años. Ser sabio inmortal le había reportado muchos siglos de vida, historias y personas habían pasado por su vida y sin embargo esa ocasión le estaba resultando única.

Las gentes del reino que seguían con las celebraciones no estaban pendientes del como la estrella que aporta luz iba poniéndose tras el castillo de los sabios, su algarabía no cesaba, incluso el crio a su lado monedero en mano, canturreaba y disfrutaba de toda la diversión. Estaban andando bastante pero ni él ni el sabio saliente eran conscientes de ello.

Atravesaron multitud de calles, caminaron por todo tipo de caminos y bordearon edificios de toda índole, saludaron a personas de otros lugares y del reino e incluso en momentos hasta danzaron y cantaron con ellos. El sabio saliente y el niño estaban disfrutando de lo lindo y hasta podría decirse que llegaron a olvidarse por completo el motivo que les había traído hasta ahí, pero el sabio no perdía de ojo al muchacho en todo momento mientras disfrutaba, se mezclaba y cantaba con las demás personas monedero en mano. Cuando el sabio saliente se percató que el cielo comenzaba a teñirse de naranja, buscó la mano del niño y despidiéndose de los demás, continuaron la marcha. La cara de diversión y felicidad que dibujaban ambos semblantes eran fiel reflejo de lo que sentían en su interior.

No quedaba mucho para llegar al lugar y el sabio saliente formó conversación con el niño sobre lo bien que se lo habían estado pasando y de paso le devolvió el monedero. El niño tenía una mezcla de sentimientos que no le permitía decantarse por un tema en concreto de lo que había sucedido momentos antes y entre esto y otras cosas más, llegaron al lugar de acampada. Se trataba de una plaza natural de tierra apartada del camino principal, no demasiado lejos de una de las salidas del reino, era el lugar predilecto de los mercaderes foráneos itinerantes del lugar donde procedía el muchacho. No se había equivocado, allí estaban muchos de ellos con sus grandes caravanas aparcados. El muchacho y él se quedaron parados ya muy próximos a la plaza y el sabio saliente pregunto si reconocía el carruaje de sus familiares, a lo que respondió que se parecían bastante y que necesitaba aproximarse más para poder distinguir el suyo. Con que eso hicieron.

Siendo itinerantes que mercadeaban con productos traídos de su tierra y poco amigos de las festividades, al sabio saliente le preocupaba haber errado en sus cálculos, pero decidió venir porque al menos esta celebración seguramente no se la iban a perder. El muchacho era esta vez quien marcaba el ritmo, sin soltar de la mano al sabio saliente fueron pasando por delante de los carruajes aparcados uno junto al otro. Casi ya anocheciendo, los farolillos que adornaban los carruajes comenzaron a iluminarse, haciendo más fácil para ambos poder buscar entre todas las personas, a los padres del muchacho. Y así, ya casi llegando a los últimos, el niño se soltó de la mano del sabio saliente y echo a correr hasta reunirse con unas personas que estaban de espaldas, cayendo el monedero al suelo. Al hombre trató de abrazarlo por detrás pero al pequeño no le dio de sí sus brazos y no pudo más que desestabilizar a esa persona que le pillaba de sorpresa tanta efusividad. Al darse la vuelta él y su acompañante, vieron quien era el causante.

Hombre y mujer abrazaron fuertemente al muchacho y entre lágrimas celebraban y decían una y otra vez que por fin su hijo volvía a estar con ellos, con tanta pasión que ni siquiera dejaban al niño poder decir o señalar al sabio saliente, que metros atrás era espectador como tantas otras personas del alrededor de tan feliz reencuentro. El sabio saliente no quería ningún tipo de reconocimiento y hasta de poder, se habría esfumado completamente, pero entre tantas personas de piel bronceada, alguien con la piel tan clara como él no pasaría nunca desapercibido incluso en esa oscuridad nocturna iluminada de farolillos alegres y variopintos. El niño de final consiguió señalar al sabio saliente y los padres no tardaron en acercarse a él para ofrecerle las muchísimas gracias por haber traído de vuelta a su hijo. El sabio saliente no sabía qué hacer ni que decir ni tampoco donde meterse.

Todos absolutamente todos querían que el sabio saliente se quedara con ellos y él no encontraba la forma de decir que no. El padre, que estaba justo al lado del sabio saliente, le cogió con fuerte brazo por el hombro y le dijo:

“De verdad, si supiera que pudiera vivir mil años, mil años le estaría agradeciendo lo que ha hecho por nosotros por nuestro hijo. Como no es el caso, ¿no podría al menos por esta vez, por esta noche, acompañarnos y celebrarlo?”

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Puede que no siempre hagamos lo correcto, pero seguro que tampoco estamos totalmente equivocados.
Somos la significancia insignificante en un mundo que es más pequeño de lo que parece y más grande de lo que es.

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