Relatos

día cuatro

Ante semejante solicitud, el sabio saliente supo guardar la compostura y acto seguido, sin perder ojo de los padres, hizo el mismo gesto que ella y al oído expresó que él no podía hacer nada, que se levantaría y empezaría a tocar otra melodía y que le siguiera. Los padres que estaban ya casi a su altura y la gente que paulatinamente dejaba de aplaudir, empezaron a escuchar una nueva melodía que comenzaba a salir del piano tocado por las manos de la niña pequeña y aquel completo desconocido. La atención de todos ellos y de los padres de la niña no se hizo esperar y el murmullo que paulatinamente había empezado a llenar la sala, poco a poco dejó paso a la pieza que quería ser protagonista.

Se trataba de una melodía que el sabio saliente sabía que sería fácil que la niña supiera y que pareciera ellos habían acordado momentos antes. Vio que había conseguido que los padres, que llegaron a interponerse entre ellos y el público, se echaran a un lado y desde ahí, comenzaran a disfrutar la divertida melodía de cuatro manos que su artista hija y el desconocido tocaban conjuntamente. El sabio saliente estaba disfrutando viendo aquel púbico tan atento y también como la niña nuevamente le seguía sin perder el ritmo. Nada en su mente había salvo todo aquello que en aquel momento estaba sucediendo.

Sin obsesionarse, sin discurrir sobre qué haría con lo que le ha dicho la niña, ya que su decisión era firme, llegaron al final de la pieza, y una fuerte ovación de todo el público allí presente obtuvieron, incluso llegaron a aplaudir los padres. El sabio saliente y la niña se miraron y compartieron una sonrisa alegre, que se vio interrumpida con la paulatino acercamiento de los padres, que con un gesto del él se dio comienzo a la recogida de los bártulos que allí había, que no eran muchos pero si algunos voluminosos, el piano el que más.

El sabio saliente observaba a la familia y también como los asistentes hablaban entre ellos y se iban diseminando. También observó que el padre trataba de hablar con él dejando a las mujeres al cargo de recoger aquellas cosas. Al sabio saliente se le hacía mal dejar que ellas solas subieran las cosas a la habitación y educadamente evitó hablar con el padre diciéndole con señas que era mejor hablar arriba ya que allí dentro con el ruido no le escucharía bien. Cogió lo que parecía más pesado que quedaba y siguió los pasos de la madre y la hija, sin prestar atención si el padre le seguía.

Sin agilizar en exceso sus pasos, subió las escaleras y se puso a la altura de las chicas, las adelantó y fue hasta el final del pasillo, dejó las cosas y retrocedió los pasos tratando de recoger las cosas de la madre, que contestó gracias pero que ya no era necesario.

Cuando llegaron a la puerta de la habitación, la madre abrió la puerta y comenzó a pasar adentro los bártulos. El gesto y las maneras de la madre fueron interpretados por el sabio saliente perfectamente, no quería que la ayudara en nada y que se encargaría de todo, por lo que el sabio saliente se quedó a la puerta de la habitación. Cuando todo lo que habían subido ya estaba dentro, el padre aún seguía sin subir y el sabio saliente aguardaba afuera en el pasillo. Sin saber en qué momento aparecería, el sabio saliente decidió que se era momento de despedirse de ellas y que trataría de buscar al padre. Las chicas dijeron que era buena idea, ellas tenían sueño y se acostarían temprano, por lo que procedió a despedirse de ellas. Primero saludó a la madre con su mano derecha y cerró el saludo con la mano izquierda, y un intercambio de agradecimientos y saludos se dirigieron. Luego fue el turno de la niña, el sabio saliente se puso a su altura y efectuó el mismo saludo con las dos manos y a ella si con sinceridad le agradeció los momento tan bonitos que habían intercambiado tocando el piano. Cuando ya terminó de despedirse, se marchó hacia las escaleras y con la mirada atrás vio como madre e hija se despedían de él.

Al llegar al recibidor, se percató que iba a ser difícil encontrar al padre, aunque sería más fácil si comparaba la cantidad de personas que había ahora con las que se habían aglutinado momentos antes. Ascendió unos pocos escalones y empinándose trató de buscar aquella cara tan seria pero no halló nada, pensó que quizás podría encontrarle fuera en el aparcamiento, total, tenía todo el tiempo del mundo pues estaba totalmente desvelado y podía dedicarse horas y horas a encontrar a aquella persona.

Al salir afuera ya no sabía si había sido la mejor opción, la noche estaba cerrada del todo, pero comprobó que estaba para su suerte todo bien iluminado. No era siempre así, era como no, la gracia del cambio de milenio y la entrada del nuevo sabio. Viendo que no tendría que usar ninguna luz adicional, se dirigió hacia la derecha. Si el padre había sido sincero en su historia, posiblemente su carro estaría situado lo más próximo al borde derecho del edificio. En la calle, aún había personas como si pleno día se tratara, pensó por un momento que no sería tarea fácil encontrarlo solo mirando a la cara de las personas. Sería adecuado ir despacio hacia el extremo y luego retroceder su caminar, buscado la fisonomía de aquella persona tan espigada de trajes más bien oscuros típicos de extremo oriente.

La suerte estaba de su lado, no necesitó retroceder sus pasos, le vio de espaldas, atareado ataviando el que parecía era su carruaje. El sabio saliente le dio un toquecito por la espalda y aquella persona dejó su qué hacer para atenderle. Intercambiaron unas mínimas palabras y luego aquella persona comenzó sin requerirlo el sabio saliente a informarle de cuál sería su próximo destino y cómo harían para salir del reino. El sabio saliente le dio unas pautas que mejoraban la ruta que había decidido tomar aquella persona, y nuevamente recibió de ella agradecimientos, decía que una vez más los había ayudado demasiado y que no sabría nunca como poder compensárselo. El sabio saliente dijo que no era nada y que aquel ya sería el momento de despedirse. Aquel adulto estrechó en un saludo fuerte la mano del sabio saliente y este reforzó el saludo con su mano izquierda. Se despidieron hasta la vista y el sabio saliente comenzó su marcha dirección contraria por donde había llegado al recinto.

La noche sería manteniendo su oscuro velo solo apaciguado por las luces de los farolillos que portaban algunas personas que seguían en la calle. Sin destino ni lugar a donde regresar ni entretenimiento con el que esperar a que amaneciera, recordó un buen lugar donde podría al menos estar a gusto echado. Había sido un lujo que hubiese ido encontrando lugar donde permanecer pero ahora lo que le apetecía era la tranquilidad de la soledad y sabía bien donde poder encontrarla.

Cuando el camino que le llevaría al lugar que había decidido llegar tomó forma de amplia avenida, se encontró un plantel distinto al que había esperado. No había a esas horas de la noche tanta gente como de diario, pero eran bastante en comparación a un día corriente. Esa avenida que de día era transitada por carros y carros, estaba ocupado por gente caminando aquí y allá. Era de madrugada, pero aun así aun había gente pasando el tiempo de manera distendida como si nada, nunca había visto nada así en toda su vida.

El lugar que había elegido era un hermoso árbol subido a un montículo que estaba divido por la mitad por la avenida, para llegar a él había que salirse mucho antes ya que de continuarlo, estaría tan escarpado que a mano no podría subir. A pesar de la multitud de personas que había allí, sabía que el sitio que había elegido estaría tranquilo. Como a quinientos metros de su lugar de destino, se echó a un lado, el cual comenzaba a ser cuesta abajo. Caminaba y caminaba, era un lugar aquel de bienvenida a los que entraban al reino y de despedida a los que salían, tan amplio que bien a gusto podía transitar dos carros en paralelo sin estorbarse.

Caminaba y caminaba, era tierra labrada que iba allanando con sus zapatillas, que se llenaban de tierra pero que podía soportar sin problemas. Encontró una senda, una que cada vez se inclinaba algo más y el borde del camino se acentuaba. Caminaba y caminaba, y la avenida seguía su inclinación hacia abajo y la cuesta ya comenzaba a ser más inclinada. Las personas ya cada vez eran menos y la luz también, pero su vista se iba adaptando a aquel cambio de luz.

La senda desapareció pero no importaba, a escasos pasos tenía a su alcance al árbol en lo alto de la colina, y como bien había pensado, no había nadie que pudiera importunarle. A su derecha el camino poblado de luces de farolillos danzantes, a su izquierda, toda una gran extensión de tierra, y en lo alto de si el cielo nocturno lleno de estrellas por doquier. Llegó al árbol y se sentó apoyado en él y se quitó las zapatillas, sacó la tierra que se había metido dentro de su calzado y luego se las volvió a poner. El día que se cortó el pelo fue el último día que se cambió de ropa y se había duchado y a pesar de ello no le importaba lo más mínimo, seguía siendo totalmente libre.

El cielo, el cielo si era libre y esa noche ofrecía en todo su esplendor inimaginables estrellas. Desearía no pestañear y así no perder un ápice de todo cuanto estaba viendo. De verdad había sido una buena idea ir allí. Se pasó la mano por el pelo y aun pudo contar que le quedaban dos, tres los había usado hace momentos. Nunca pensó que usaría algo así ni tampoco sabía si iba a surtir efecto, solo quedaba esperar disfrutando ese vibrante firmamento hasta que llegara el momento.

Las estrellas, oh las estrellas se decía así mismo el sabio saliente, tantas veces consultadas para todo tipo de cuestiones, ahora era solamente un magnífico espectáculo del que solo esperar maravillas, pero en su época de sabio era de consulta obligada todas las noches. Cada sabio se ocupaba de una noche de la semana y había semanas en que llegaba a tocar hasta dos veces. Para los cultivos, para prevenir el buen y el mal tiempo, para tantas cosas… ha tenido tanto tiempo de poder observarlas que las miraba y sabia sin dudar cual era cada una y a que constelación pertenecían. De tan fijo que las miraba, algo mágico e inimaginable comenzó a suceder: como si el alma del sabio saliente hubiera salido de su cuerpo, comenzó a serpentear entre ellas y comenzó a poder visitar lugares inimaginables allende el firmamento. Había realmente conseguido desconectar de todo y su imaginación volaba a años luz de allí, pasaba por lugares intangibles, inimaginables e inauditos para la humanidad, lugares a los que seguramente nunca se habían podido alcanzar sin despegar los pies de aquel lugar donde estaba atado, y aquella estrella que de tan grande y cercana es que si la miras directamente puedes quedarte ciego empezó a pintar de colores anaranjados el amanecer de un nuevo día.

Sentado apoyado en aquel árbol que superaba en altura y en cuerpo a tantos como había allí el sabio saliente dudaba, no sabía bien si de final se había quedado dormido o había estado viajando de verdad por todos aquellos lugares tan increíbles.

Con la luz del nuevo día, el sabio saliente podía observar bien todo cuando pasaba por debajo de sus pies, desde lo alto podía tener control de todo cuanto transitara por la avenida. Había empezado la mañana y ya comenzaba a ver los primeros viajeros y viandantes, unos a caballo, otros en sus carros, algunos solos y otros bien acompañados. El amanecer aportaba aún más luz y algo más de transito se comenzaba a ver. El sabio saliente se levantó para observar mejor aún, miraba sobre todo lo que provenía de su derecha. No tuvo que esperar a empezar a ver los primeros carros circular de salida del reino, y detrás de esos tres carros, gente a caballo a trote normal. Luego un poco más tarde de estar fijando su mirada a la derecha, apareciendo otros dos carros más. Luego miró a su izquierda y comenzaron a venir más carros. La mañana ya estaba más iluminada.

Dio media vuelta y comenzó a caminar en línea recta pisando los campos recién arados. Atravesó un buen tramo hasta que alcanzó el camino de tierra que bien sabía llegaba al que bordea el río. Comenzó a caminar a paso ligero, y sintiendo que no sería suficiente, empezó a correr, rápido, muy rápido, lo más rápido que pudo, debía llegar al río y girar a la derecha en dirección al puente nuevo.

Llegó a la intersección y se detuvo. Miró a la derecha, hacia donde estaba el puente grande, pero no lo veía, miró a la izquierda, estaba el viejo, el que solamente podía pasar personas a pie, era el que más a mano tenía, pero no era el que le interesaba, era el otro que seguía sin poder alcanzar con la vista. Comenzó a correr en esa dirección, rápido, más rápido, aún estaba lejos. Tenía un fuerte presentimiento y la completa seguridad de que podía suceder.

Ya se vislumbraba a lo lejos y también, carros, carros cruzando el puente, desde su orilla hacia la otra, y siguió avanzando, corriendo algo menos rápido, sus piernas no daban para más. Cerca, ya más cerca, los carros que tanto le estaba costando ver de lejos ya habían pasado y su esperanza empezó a desalojar sus ganas de llegar. Se detuvo. Con la carrera no se había dado cuenta que estaba tan próximo al borde que si daba dos pasos más, caería. Miró hacia abajo, a ese río diminuto que otros años había casi alcanzado tal nivel que era una suerte que el puente tuviera forma curvada. Miró al puente, no lo reconocía, otros años estaba solo el puente pero esta ocasión estaba reforzado por unas fuertes barandillas que evitaban que los carros se despeñaran por ambos lados. Un nuevo carro que cruzaba llamó su atención, uno que comenzaba a cruzar el puente pero se quedó a medio camino. Se detuvo. Echó de nuevo a correr con fuerte determinación los metros que quedaban hacia el puente, y a la carrera comenzó a cruzarle y a irse a la parte derecha donde se había detenido. Miró a la parte delantera y se encontró con dos personas adultas que parecían se habían quedado dormidas. Él sabía que no era así. Fue hacia atrás, a la parte de la carga. Era un carro cerrado con un par de puertas las cuales presentaban un cerrojo, uno que pensó que estaba echado pero en realidad solo estaba puesto para evitar que no se abrieran las puertas. Lo quitó y accedió al interior. Allí estaba, tumbada en el suelo. Fue hacia ella y se arrodillo a su lado. Cogió su pequeña mano y comprobó su pulso. Nada.

Se echó mano al cogote y tiró del extremo de un cabello, una diminuta aguja tenía ahora entre dos dedos. Pinchó el reverso de la mano derecha de la niña y una vez que lo hizo mermó tanto que con un simple chasquido la hizo desaparecer. Cogió el cuerpo diminuto en brazos y salió del carro. No había nadie en ese momento cruzando el puente, así que a toda prisa volvió hacia atrás y retomó el camino que había antes tomado. Se fijó en la persona que llevaba en brazos y se preguntó como podía pesar tanto para lo pequeña que era.

El sabio saliente avanzaba con el cuerpo de la niña en brazos, inerte del todo. Dos cuestiones que hasta ese momento había mantenido lejos de su pensamiento le inquirieron de golpe: porque se había involucrado tanto en salvar a la niña y que haría con ella. Podía dejarla en el carro sin más pero debía permanecer a su lado hasta ver que despertara. Eso y llegar al siguiente destino era lo único que debía pensar.

El sabio saliente continuó caminando camino arriba, paralelo al río, llevando en brazos el cuerpo sin vida de la niña. Sus pasos eran cortos y medidos, debía dosificarlos si quería llegar al lugar donde podría aguardar sin problemas a que la niña recobrase de nuevo su ser. Todo estaba saliendo tal y como había planeado, solo podía jugar en su contra no haber calculado bien los tiempos, lo que causaría un fatal desenlace. No era momento de ponerse a pensar eso, el molino de piedra le aguardaba.

El camino que seguía el sabio saliente seguía el cauce del río, a veces más alto y otras más bajo. En una de esas donde se ponía a una diferencia de altura prudente, se salió de él brincando y continuó andando ya dentro del cauce del rio por la parte por donde no cubría. Seguía y seguía caminando y su cansancio cada vez mayor hacia que pensara que no podría llegar al destino fijado. No había contado con que aquella niña fuese a pesar tanto, esperaba que solo fuese ese su único error de cálculo.

Cuando el desánimo parecía que iba mitigando sus ganas, el viejo molino de piedra a lo lejos se empezó a ver, y pidió el sabio saliente a sus piernas un último esfuerzo. Y parece que la respuesta fue positiva pues con nueva entereza pudio proseguir su caminar.

El niño que una vez fue el sabio saliente había jugado por los alrededores de aquel lugar y recordaba aquel molino como el lugar prohibido donde sus padres nunca le dejaban entrar. No fue hasta más mayor cuando entendió el porqué, los sabios eran los únicos que sabían exactamente cuando era el momento justo de usar el molino. Luego pasado los siglos el río fue perdiendo vigor y no era tan peligroso y ya hace décadas el río no contaba con el cauce de agua necesario para hacerlo funcionar y se abandonó. Ahora hoy en este día, para el sabio saliente y la niña era el lugar ideal donde podrían permanecer tranquilamente.

El molino ya no era aquella figura lejana de piedra, era un pequeño edificio alargado en piedra de una planta a la vista, la planta inferior entraba por debajo del nivel del río. No parecía haber nadie, no es escuchaba a nadie, ni pensó que tampoco podría haber alguien adentro, así que decidido atravesó la entrada al interior del molino.

Los ojos del sabio saliente estaban acostumbrados tanto a la claridad del exterior que tardó un poco en poder hacerse a la mediana oscuridad que habitaba el interior del molino. Lo que si no necesitó para nada acostumbrarse era al cambio a mejor de temperatura, algo más fresca que la del exterior. Avanzó despacio por el interior de aquel recinto casi en penumbras y vio el lugar ideal donde poder dejar recostada a la muchacha, el esquinazo más al fondo de la amplia sala. Avanzó pero pronto se encontró con una sorpresa, el agua calo rápidamente sus zapatillas y echó varios pasos para atrás. Era el agua del río que estaba dentro del molino. Las formas de aquel lugar las percibía aún mejor, pensó que lo mejor era ir a la otra punta de la sala y dejarla recostada lo más lejos del agua y próxima a la entrada.

Con su visión ya adaptada y con la niña recostada sentada en el esquinazo, trató de estirarse enérgicamente, había sido dura la caminata con la muchacha en brazos y se sentía fatigado demasiado. La niña aun seguía en su letargo. No respiraba, no tenía pulso en la mano y mantenía los ojos cerrados. Era efecto de la inyección de las agujas diminutas que dio a su padre, madre y a ella. Ella con el segundo de hace momentos con suerte podría volver a la vida, pero a sus padres el periodo de vuelta atrás pasó, nunca más volverían a ver la luz del día. Había usado cuatro de las cinco agujas que ocultas en el pelo todo sabio llevaba. Jamás que el recuerde ningún sabio ha tenido que usarlas. Él lo hizo guiado por una solicitud efectuada en caliente y por unas evidencias que había observado. Se acercó a la niña y levantó la mangas largas de la camisa. Cardenales. Levantó mínimamente la falda y no necesitó descubrir mucho para encontrar algunos más en las piernas. Las crueldades que esas personas hicieran con esa niña solo ella las sabe, solo quedaba esperar a que volviera a su ser sin tener que usar la última aguja.

Salió afuera, necesitaba saber si de verdad era el mejor lugar donde poderse ocultar. El río a su derecha seguía su curso como de costumbre y en la vertiente a ambos lados, lejos de los caminos de tránsito, la vegetación reinante y los árboles, les asegura apacible intimidad. No tenía el menor interés en estar más tiempo allí del que pudiera suceder después de que la niña despertara, en cuanto viese que estaba bien, la daría unas indicaciones para que pudiera regresar al reino y comenzar una nueva vida. Se dio media vuelta y por la entrada pudo ver que aun seguía recostada en el mismo lugar de antes. Hasta un cuarto de día podría necesitar para despertar, debía tener paciencia.

El contraste de días antes con el de hoy era abismal, dos días enteros rodeados de gentes y música y casas y hoy soledad, el sonido del río y los pájaros y la vegetación. Hacía que no disfrutaba de algo así siglos y empezaba a plantearse seriamente si de verdad se quedaría ahí a pasar el tiempo. Era un lugar irreconocible para él salvo por aquel molino de piedra, todo lo demás había cambiado, solo él y el molino habían perdurado en el tiempo. Pensó que si pudiera hablar, tendría tantas cosas que contar como él o incluso más. Así a pronto no recordaba construcciones en el reino que hayan podido perdurar en el tiempo salvo el castillo de los sabios.

El sabio saliente cavilaba metido de lleno en sus asuntos y sus recuerdos y los enlazaba con todo cuando veía que le rodeaba mientras escuchaba el sonido del riachuelo que con su murmullo apacible al entorno ensalzaba.

La vegetación era algo que le había estado pasando desapercibido al sabio saliente y ante la situación de relativa tranquilidad, decidió que podía partir su tiempo no perdiendo de vista el molino y revisando su alrededor tan lleno de vegetación, un entorno que en su pecho su corazón comenzó a palpitar de emoción. Ahora que el sabio saliente percibía estar rodeado de tanta vegetación, no podía evaluar tan de golpe tantas cosas beneficiosas que hallaba a simple vista. La mínima hierva que a ojos de una persona común no decía nada, para el curaba una enfermedad, o al menos paliar sus efectos. Allí en aquel lugar lejos del tránsito de las personas, todo crecía sin límites y su variedad era aplastante. No se había parado a pensar en todo el tiempo la de cosas tan útiles hallaría allí, para el sabio especializado en hiervas medicinales e idioma antiguo que era él, aquello era un inaudito paraíso.

Los sabios no eran una raza de seres superiores elegido por el designio de un ser superior, simplemente eran ciudadanos de a pie que eran elegidos por los propios sabios, era una bendición poder pertenecer a su grupo y no es que hubiera un pugna constante entre los habitantes de hacer el bien para ganarse un lugar, sino que salía de las buenas intenciones no forzadas de todos los que vivían en él.

Una vez en el grupo accedías a un sin fin de conocimientos que te ayudarían a ser un sabio lo más competente posible. El sabio optó por saber que utilidad podía sacarle al tallo de una planta o a las raíces de otra que parecía igual pero no lo era. Cuanta y tanta información y distracción por doquier, que cabría esperar que llegara a olvidarse que tenía a su recaudo a una personita.

Las sombras de los arboles daban al sabio saliente el cobijo suficiente para que este pudiera curiosear todo a su alrededor sin que la estrella en el cielo, que seguía su curso habitual, le hiciera pasar molestias. Estaba todo a favor para que olvidara por completo a la niña que aun yacía dentro del molino, las sombras iban cambiando su lugar y el sabio saliente no le era ajeno, lejos de parecer que se había olvidado de todo, estaba pendiente de ello también. Era el momento de regresar al molino y comprobar si la niña había despertado.

Según iba regresando al molino, se fijó en las manos, estaban de color verde de haber tocado todos los arbustos y hiervas que había ido encontrando. Se quedó parado a media distancia y se fijó también en su ropa, había cobrado también tonos verdes y marrones, igual que un niño pequeño había estado remoloneando por aquel lugar. Se empezó a sacudir un poco con las manos para quitarse de los pantalones la tierra un poco y vio que el resultado era peor porque ahora las manos se le habían puesto de color marrón también. Las alargó hacia delante para vérselas y su mirada miró a sus dedos y también a la figura tambaleante que a lo lejos salía por el molino. Echó a correr hacia la niña, que seguía un poco como sonámbula andando hacia ningún sitio en concreto.

Cuando llegó, la niña reaccionó y se le echó a los brazos llorando un poco, luego se separó algo de él y se remangaba las mangas de la camisa, enseñándole al sabio saliente el resultado del maltrato de aquellas personas, y el sabio saliente la bajó delicadamente la manga y le dijo que ya de ellos no tenia de que preocuparse. En eso el sabio saliente no le mentía en absoluto, como tampoco haría más adelante, cuando se tranquilizara y le dijera que tampoco podía hacerse cargo de ella.

La niña seguía llorando y el sabios saliente no tenía nada con que pudiera limpiarse la cara, así que trató de cogerla de la mano y despacito acercarla a la orilla del río. Con voz dulce trataba de tranquilizarla y la decía que le siguiera al río donde podría lavarse la cara y refrescarse, y ella sin dejar de llorar, le siguió hasta el río. Allí ya la niña se agachó, hizo cuenco las manos y poco a poco se fue tranquilizando y echándose agua en la cara, mientras el sabio saliente la observaba a su lado. Había decidido no andarse con rodeos y decirle abiertamente la situación, y cuando vio que la niña había acabado, le dijo que era completamente libre y que podía ir a donde quisiera.

La niña se levantó y miró al sabio saliente con cara de preocupación y aun con los ojos algo enrojecidos le contestó que ella en realidad con quien quería irse es con él, que no tenía a nadie más, deseo que era correspondido por el sabio saliente pero que sentía mucho porque no podría hacerse cargo de ella. Ella contestó que no tendría que preocuparse demasiado por ella y que incluso podría trabajar de lo que fuese pero que no quería ya viajar más y no tener que recibir más golpes ni más regañinas ni hacer cosas que ella no quisiera hacer. Entonces la niña bajó la cabeza y se cogió las manos. El sabio saliente, más alto que ella, podía ver su larga melena color castaño claro tan característicos de los de extremo oriente, un lugar que tantas calamidades pasaban que se veían en el mejor de los casos, obligados a salir de allí a buscarse la vida. Las ropas seguramente eran regaladas y no las habían adquirido en ningún lado y el carro de las padres y los caballos seguramente eran la única posesión valiosa que tenían, sobre el piano… El sabio saliente quiso entonces saber sobre el piano, no le cuadraba en todas las cosas que había visto de esa familia.

El sabio saliente fue a preguntar a la niña pero vio que cruzaba un poco la piernas, síntoma de que quizás necesitaba hacer sus necesidades. Entonces decidió decirla un lugar donde podría ir y tener suficiente intimidad, algo que ella agradeció y fue hacia donde el sabio saliente le dijo.

El sabio saliente pensó en que era esa una estupenda ocasión para dejarla allí a su suerte y el proseguir con la suya, sin embargo lo único que pudo hacer es darse la vuelta y esperar a que regresara. No entendía que en su interior hubiera un ápice de interés en querer quedarse con la niña, si el seguramente no le quede tampoco mucho tiempo ni forma de cuidarla. Pensó por un momento si debía contarle la verdad y la pregunta en si le dejó dubitativo tanto que la niña se puso a su lado y no se dio cuenta.

Sintió que le tiraban de la mano y salió de su encrucijada mental y vio la cara alegre de la niña, y esta le preguntó si él estaba solo como ella, a lo que le contestó que había estado toda su vida rodeado de personas y que ahora trataba de encontrar el gusto por estar lo más solo posible. Ante la pregunta de por qué ahora deseaba estar solo, él le respondió con otra pregunta, porque deseaba ella estar de buenas a primeras con un completo desconocido. Ella dijo sin vacilar que se había sentido sorprendida desde el primer momento en que se vieron y que sintió que por fin daba con una buena persona después de mucho tiempo y la prueba fue que fuese a llevar el monedero y no fuese a quedárselo, a lo que él contestó que en el reino era lo más normal del mundo hacer algo así. Ella contestó que del sitio que donde provenía, el monedero nunca había regresado a manos de su dueño.

Todas las pesquisas que había hecho el sabio saliente habían sido correctas a tenor de lo que iba relatando la niña, mostraba mucho interés a lo que iba relatando, de cómo habían tenido que salir de su país, de cómo se hicieron con el carro y los caballos y como habían conseguido el piano con el que habían estado tocando la noche anterior. El sabio saliente trataba de que no llegara a hablar de por qué razón recibía los golpes y ella tampoco hizo por explicar, algo tan doloroso no debía de nuevo vivirlo, aunque a tenor de lo que había relatado, no era lo más duro que la había sucedido. Entonces la niña le preguntó como había encontrado el monedero. El sabio saliente dijo que caminando por el reino encontró a un niño que trataba de buscar al dueño del monedero pero que al hacerlo, se había extraviado él también y que consiguió encontrar a sus padres. La niña miraba aún más sorprendida al sabio saliente y le dijo que los días que había pasado en el reino desde que llegó, siempre había sentido que estaba lleno de buenos actos y buenas personas y que le había sorprendido que nadie se pegara ni robara ni hiciera cosas malas, y él le dijo que el grupo de los sabios eran en parte grandes responsables de ellos. La niña le dijo que había oído en todos esos días hablar mucho de ellos y normalmente cosas buenas. El sabio saliente le preguntó si en su tierra llegaban noticias de los sabios salientes y ella dijo que si y que envidiaban tener algo así.

Ambos charlaron de muchas cosas y como era habitual, el sabio saliente mantenía el anonimato. Se sentía a gusto con la niña y tenía algo de miedo de cogerla cariño, sabia de sobra que no podía hacerse cargo de ella. La estrella reluciente, el molino, la vegetación y los árboles, algunos pajarillos, eran todo su compañía, y un calor sofocante que se fue apaciguando según fue entrando la tarde. El sabio saliente se dejó llevar demasiado y de final hizo uso de todos sus conocimientos y preparo algunas cosas para poder pasar allí la noche sin estar echados en el suelo del molino localizando entre toda la vegetación cosas ricas para al menos que la niña y él mataran el hambre. No tenían dinero con el que pagar una habitación pero tampoco sería bueno se pasaran por el reino, seguramente habría un mínimo de revuelo por el carro hallado con dos personas fallecidas en el puente río a bajo del molino, al menos esta noche para ellos era mejor pasar la noche allí.

Cuando ya casi aquella estrella en el cielo entraba a esconderse por el horizonte, el sabio saliente y la niña estaban dentro del molino, sentados y comiendo las vallas y otras cosas que había traído el sabio saliente. La niña no pudo evitar hacer un comentario jocoso sobre lo apañado que era y la cantidad de cosas que sabia y el sabio saliente en todo el alago que estaba recibiendo y la felicidad descontenida que había sentido con su compañía, se le escapó decir que él era uno de los sabios. La niña lo escuchó claramente y el sabio saliente que ya era incapaz de que esas palabras hacerlas volver de donde habían salido, tuvo que concretar que él era el sabio saliente de ese siglo ya que la niña no daba crédito a lo que había escuchado.

Entonces el sabio se sinceró con ella como no había echo con nadie en esos días y le contó incluso como había echo para rescatarla. La niña atenta escuchaba y preguntaba al sabio saliente cualquier fleco que él se dejaba sin atar. Entonces fue cuando llegó el momento en que el sabio saliente le dijo abiertamente a la niña que no podía hacerse cargo de ella ya que un sabio saliente nunca había sido visto o hallado o sabido su paradero después del séptimo día que dejaba de ser sabio y que el correría la misma suerte. Había sabios con siglos de vida y al hallarse solos en el mundo seguro muchos morirían de pena, o se suicidaban, o se marchaban del reino, y la niña atendía todo cuando le decía el sabio saliente.

La niña entonces la preguntó si podría regresar al castillo con ellos y él le contestó que aun queriendo, no podría hacerlo ya que una vez habiendo salido, no hay forma de entrar. Entonces la niña se quedó pensativa, como tratando de recordar algo y el sabio saliente se la quedó mirando en ese momento esperando que hallara en su mente lo que trataba de decirle. Entonces soltó algo de golpe, le dijo que como podía asegurar que eso era cierto, de que al séptimo día no se sabía nada de ellos y el sabio saliente le dijo que no había ninguna duda al respecto, y ella le dijo que algo debía ella poder hacer por ayudarle a que no le pasara lo mismo, a lo que el respondió sinceramente que nada.

Empezaron a comer las bayas y los frutos que había traído el sabio saliente y la niña no dejaba de darle vueltas a la cabeza de cómo hacer por ayudar al sabio saliente y él trataba de encaminar la conversación en otra dirección, así varias veces hasta que acabaron de comer. Ambos se habían llenado las manos de los colores de las bayas y el sabio saliente sobre todo se había manchado algo la cara, así que decidieron salir a limpiarse al río. Se incorporaron y primero salió el sabio saliente y luego la niña que fue detrás de él hasta que llegaron al río. Se pusieron de rodillas y comenzaron a lavarse la cara y entonces la niña dijo al sabio saliente que había recordado algo importante que había estado tratando de recordar desde hace horas, y era que en los días que habían estado en el reino tocando en la calle, había oído sobre la historia de alguien que frecuentaba mucho como una puerta secreta o algo así, y que entraba y salía de manera sospechosa. El sabio saliente le dio un escalofrió pero ocultó ese sentimiento a la niña y no la contestó nada, se puso de pie y fue al molino. Entonces la niña se lavó lo más rápido que pudo, echó una pequeña carrera y se puso al lado derecho del sabio saliente, le tiró de la mano como otras veces hacia y cuando vio que tenía toda su atención le dijo:

«Nunca he visto una entrada secreta, ¿podrías llevarme mañana al menos a verla?»

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Puede que no siempre hagamos lo correcto, pero seguro que tampoco estamos totalmente equivocados.
Somos la significancia insignificante en un mundo que es más pequeño de lo que parece y más grande de lo que es.

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